El votante, ¿egoísta e ignorante? (II)
Sobre el Teorema del Votante mediano y la Teoría de la ignorancia racional.
Este artículo se divide en 2 partes, donde hemos estudiado al votante como actor político y abordamos temas relacionados con el egoísmo, el altruismo, la ignorancia y la atención en la toma de decisiones políticas.
La primera parte es la siguiente:
Este post corresponde a la segunda parte.
La pasada semana pusimos frente al espejo nuestros prejuicios personales en torno al voto, y derribamos la hipótesis de que el votante es egoísta en la toma de decisiones políticas. Defendimos una postura a favor del altruismo en el votante, entendiéndose por tal que el individuo vota en función de la percepción que tiene de aquello que favorece al interés común. El bienestar social actúa como fin en si mismo, y nuestros votos se dirigirán a aquello que percibimos que es mejor para todos, aunque realmente no lo sea…
Por tanto, hoy buscaremos el origen de ese error. ¿Qué lleva a las masas por unos derroteros o por otros?
El consenso en el error
«Desconfío de cualquier creencia del hombre de la calle». H. L. Mencken.
La mayoría de votantes han elegido a Donald Trump creyendo que es el mejor candidato para liderar Estados Unidos. También fue la mayoría la que puso en su momento a Joe Biden en la silla del poder. Piensen en los totalitarismos del siglo pasado como Adolf Hitler o en ejemplos más modernos como Hugo Chávez. Ambos fueron los más votados por ciudadanos que percibían que eran la mejor alternativa para su país. El pueblo es soberano, aunque encuentren el consenso en el error.
Cuando nos fijamos en las dictaduras, podemos observar que los intereses entre gobernantes y gobernados difieren. Mientras que los ciudadanos desean libertad, seguridad e igualdad ante la ley, los gobernantes dirigen con puño de hierro a las masas en búsqueda de su exclusivo interés personal, en búsqueda de más poder y riqueza. Los romanos entendieron los peligros de que recayese en un individuo el poder total. Antes que nosotros, los griegos ya experimentaron con la democracia como forma de gobierno, aunque siempre fueron conscientes de sus problemas.
La democracia puede parecer a priori un bastión frente a las políticas insensatas, gracias a ese alineamiento teórico entre los deseos de los gobernados y la acción de los gobernantes. Sin embargo, la realidad dista mucho de la teoría. Hay ejemplos sin fin de políticas insensatas y perniciosas para el pueblo que son aun así jaleadas por ese mismo pueblo. Por tanto, el error no viene exclusivamente de la élite política, sino que hay que posar la vista en el votante.
El teorema del votante mediano
«La voluntad del pueblo significa, prácticamente, la voluntad de la porción más numerosa o más activa del pueblo; de la mayoría o de aquéllos que logran hacerse aceptar como tal». Stuart Mill.
Harold Hotteling y Duncan Black expusieron por primera vez el Teorema del votante mediano. Esta teoría afirma que, un sistema de elección basado en la votación mayoritaria, tenderá a escoger el resultado que prefiera el votante mediano.
Si el votante ordena sus preferencias en un espectro de izquierda a derecha1, las elecciones las ganará aquel candidato que se acerque más al votante que se encuentra justo en el medio de la distribución de la población. Los partidos políticos buscan maximizar los votos obtenidos. Teniendo en cuenta que el individuo votará a aquel partido de su preferencia, o sino, a aquel más cercano a sus preferencias, los candidatos tenderán a acercarse a ese votante mediano. De esta forma, lograrán el mayor número de votos convergiendo hacia el centro.
En un sistema bipartidista, este teorema predice con gran precisión los resultados electorales. En un sistema con más de dos partidos, los resultados se complican. Por ejemplo, si el tercer partido es de derechas, este voto se dividiría entre ambos partidos de derecha, lo cual implicaría que el partido de izquierda obtendría mayor número de votos que los otros dos.
En resumen, la intención de los candidatos políticos es identificar al votante mediano y «acercarse» a él, orientando las propuestas para ganar al electorado situado en dicha franja de la distribución.
La ignorancia es selectiva
«Es irracional mantenerse bien informado en materia de política puesto que el escaso rendimiento que van a producir los datos que se obtengan no justifica el gasto requerido en términos de tiempo y otros recursos». Anthony Downs.
La teoría anterior nos lleva inevitablemente al siguiente pensamiento: si el votante mediano es moderado, los partidos políticos convergerán hacia el centro; no obstante, si el votante mediano está sesgado, ¿no lo situará eso hacia un lado o hacia otro?
Anthony Downs, precursor de la Teoría de la Elección Racional y de la escuela de pensamiento económico conocido como Public Choice, en su libro An Economic Theory of Democracy desarrolla esta tesis. Si imaginamos la política como un mercado, cuya oferta son los partidos políticos y la burocracia, y la demanda la representa los votantes, el votante mediano será el punto de equilibrio en un mercado perfecto. Sin embargo, es sencillo asumir que en este mercado existe información imperfecta: los partidos políticos ignoran la distribución exacta de las preferencias de los votantes y por su parte, los votantes desconocen las decisiones pasadas y las futuras de los candidatos. ¿Por qué?
Coloquialmente se suele decir que «el tiempo es oro». El tiempo es el recurso más escaso que tenemos los seres humanos. La toma de decisiones implica siempre elegir entre diferentes alternativas, lo que siempre conlleva un coste de oportunidad. Escasez, elección y coste de oportunidad son los tres elementos característicos de las decisiones humanas.
Informarse sobre cualquier materia, incluida la política, conlleva tiempo y esfuerzo. Si el coste de informarse es menor que el beneficio personal que se puede obtener por estar informado, el individuo indudablemente invertirá tiempo en obtener información. En los mercados, un conocimiento deficiente se penaliza con oportunidades perdidas y un conocimiento excesivo se penaliza con tiempo perdido. La vía más razonable consistirá en conseguir la información suficiente como para tomar una decisión aceptablemente buena. En cambio, en política, la cosa varía. El efecto marginal de mi voto es cercano a cero, mi voto no dirimirá las elecciones con casi total seguridad2. Por ello, informarse representa para el votante un coste mayor que el beneficio personal que obtiene de votar. Como individuos preocupados por nuestro propio interés, elegiremos estar en la ignorancia3. La ignorancia será racional desde el punto de vista económico, puesto que maximiza nuestros beneficios y minimiza nuestros costes.
Anthony Downs, y más tarde Gordon Tullock, popularizaron el concepto de ignorancia racional. Este término hace referencia a la decisión de los votantes de permanecer en el desconocimiento, pues es más costoso informarse sobre las diferentes propuestas y programas políticos que el beneficio personal que puedo obtener con mi voto. Una persona podría dedicar una gran cantidad de esfuerzo y tiempo para informarse en materia política, cuando su voto sería prácticamente irrelevante para decidir al futuro presidente. Su voto tendrá el mismo valor que el de una persona que vote al azar. Es incluso probable que esta persona salga beneficiado de las futuras políticas y no el votante informado4. No existe un incentivo de recopilar información para tomar decisiones políticas informadas. Pero esta decisión de mantenerse desinformado, es una decisión intencional, deliberada. Decidimos premeditadamente desconocer porque la información no nos generará beneficio alguno debido al escaso valor del voto. El votante se convierte así en un ignorante racional.
El peligro de la ignorancia racional
«Todos somos ignorantes, solo que lo somos sobre cosas distintas». Mark Twain.
La evidencia empírica encuentra sólidos fundamentos en esta teoría. En Estados Unidos, los datos demuestran los bajos conocimientos en materia política de la población. Menos del 40 % de los adultos estadounidenses son capaces de citar el nombre de los dos senadores que les corresponden, solo el 19 % era capaz de describir la postura que Bill Clinton adoptaba sobre el asunto del medio ambiente cuando fue elegido y muchos americanos no son conscientes de que los cultivadores de tabaco reciben subvenciones en su país.
En España carecemos de estudios con la profundidad y la metodología que los trabajos americanos. Algunos trabajos exponen los siguientes resultados: un 45% de los encuestados es capaz de nombrar al ministro de Economía, un 31% de los encuestados conoce que una persona de bajos ingresos paga una proporción menor en impuestos que una de ingresos altos y solo el 42% sabe nombrar qué grupo de personas tienen derecho a voto en las elecciones generales. No son resultados nada halagüeños.
Las decisiones políticas por parte de los dirigentes, en muchas ocasiones son de enorme dificultad, y en muchos temas, son de enorme trascendencia para la vida de las personas. El ciudadano medio ignora, más allá de simples eslóganes, los efectos de la imposición de aranceles a productos extranjeros, las consecuencias de las bajadas de impuestos sin ajustar el gasto público, la imposición de controles de precios en un determinado mercado o la subida del salario mínimo interprofesional. Y lo peor es que deliberadamente prefiere desconocer dicha información. El votante medio estará sesgado y la democracia queda a merced de aquel que si disponga información privilegiada y esté dispuesta a usarla. El revés de la ignorancia pública es la pericia de los que trabajan en las camarillas del poder.
Esto allana el camino a lobbies o grupos de presión. Provistos de una mayor organización, para ellos el coste de informarse sí compensa. Piense en la industria automovilística alemana o en los agricultores europeos. Para ellos, la imposición de un arancel puede resultar en millones de euros de ganancia a costa del perjuicio del consumidor5. Estos grupos sí tienen incentivos para informarse, pues su influencia en las elecciones puede redundar en un beneficio futuro muy jugoso por aquel al que ayudaron a ganar. Herramientas como los medios de comunicación, las redes sociales y la publicidad pueden ser poderosos aliados para movilizar a un electorado ignorante.
La ignorancia racional del votante es también combustible para los populismos. Líderes sin escrúpulos, con grandes capacidades para dirigir el voto mediante la propaganda, ven su camino despejado por la pasividad de la masa. El votante decidirá su voto en función de aquella información que pueda captar sin incurrir en un costo excesivo. Esto, unido a las propias pasiones y las propias creencias que están en cada uno de nosotros, crean un peligroso cóctel molotov. Las masas sucumbirán al problema de las tres íes: ideología, ignorancia e inercia.
Por último, la ignorancia selectiva fomenta la desafección política. La complejidad de las propuestas políticas, la falta de poder de decisión del individuo y los aparentemente intangibles efectos de dichas decisiones llevan a los ciudadanos a sentirse cada vez más alejados de sus dirigentes, más hastiados de temas que ni comprenden, ni les interesa comprender.
Conclusiones
«La mayor parte de los hombres no tienen opiniones, sino solamente ideas vagas». Ortega y Gasset.
Estas teorías se elaboraron en un mundo algo diferente al que tenemos a día de hoy. La llegada de las TIC, la creación de las redes sociales, el reciente advenimiento de la Inteligencia Artificial y la democratización de la información han reducido enormemente los costes de la información. Vivimos en la era de la abundancia en este sentido, ¿sigue siendo válido todo lo anterior o debemos elaborar una enmienda a la totalidad?
Aunque existen otras críticas muy interesantes al concepto de ignorancia racional, como el propuesto por Donald Wittman y sus seguidores, lo cierto es que el contexto actual no invalida esta tesis. Herbert Simon popularizó el concepto de economía de la atención, que cada vez gana más relevancia en nuestros días. Ahora lo escaso no es la información, sino aquello a lo que nuestras capacidades cognitivas pueden prestar atención. Una restricción biológica que nos dificulta el procesar información a pesar de la gran cantidad de la misma a nuestro alcance.
El premio Nobel de Economía Christopher Sims acuñó el término inatención racional, que hace referencia a que el individuo decide prestar atención solo a un determinado número de información debido a las restricciones cognitivas y el coste de prestar atención a todo. Como vemos, este término está muy relacionado con la ignorancia racional, pudiendo entenderse como una actualización del mismo.
La ignorancia racional (o inatención racional si se prefiere) parece aclarar con gran precisión la actitud de la mayoría de votantes en nuestros sistemas democráticos. El prestar atención a la ingente cantidad de información de nuestro tiempo es cognitivamente costoso, mientras que el beneficio personal es escaso. El individuo racionalmente decidirá prestar atención y captar aquellas informaciones que más se alineen con su percepción de la nación. El altruismo guiará nuestro voto, aunque la percepción de lo que es mejor para todos estará inevitablemente sesgada por nuestra ignorancia deliberada.
En definitiva, como síntesis de esta serie, podemos concluir que el votante decidirá su voto en función de la percepción que tenga de lo que es mejor para el bien común, aunque esa percepción esté fuertemente influida por la cantidad de información que somos capaces de asimilar o procesar y aquella que decidimos ignorar racionalmente. Pero, ¿y si esto no lo es todo? ¿Y si el error viene, no precedido de la falta de información, sino por la falta de raciocinio? Mucho se ha escrito en los últimos años sobre errores sistemáticos, sobre sesgos cognitivos; en definitiva, sobre irracionalidad. ¿Y si el problema no reside en nuestras limitaciones cognitivas de procesar información, sino que nosotros anteponemos antes nuestras creencias a la verdad? Todas estas preguntas, querido lector, las abordaremos en próximos textos.
El pueblo es soberano, aunque se equivoque. El problema reside en que, en muchas ocasiones, bajo este esquema, sin duda se equivocará. Y por ello la democracia no funciona tan bien como querríamos.
Las preferencias de los votantes son más unidimensionales de lo que comúnmente se considera: https://academic.oup.com/qje/article-abstract/118/3/909/1943014
Como recordatorio para los que leéis Delfos, los individuos no tomamos decisiones por la utilidad total de nuestras acciones, sino por la utilidad marginal de las mismas. En una votación, la utilidad marginal representa el beneficio personal para el individuo de ejercer su derecho a voto en función del impacto que cree que tendrá en dichas elecciones. Si se asume que el impacto es ínfimo (una asunción realista dado el número tan grande de votantes en unas elecciones estatales por ejemplo), la utilidad marginal de ejercer el voto será escaso.
Puede parecer contradictorio con lo explicado en la primera parte, pero no es así. El acto de informarse es egoísta. Por el contrario, cuando votamos, en la decisión del voto, nos movemos por intereses altruistas porque el altruismo es barato.
Es habitual alegar aquí que si todos hiciesen lo mismo, nadie votaría. Es cierto, pero quiero hacer dos apreciaciones. En primer lugar, el abstencionista medio está más sesgado que el votante medio según apuntan Kahneman y Tversky en algunos estudios. Es algo lógico, si el votante de media no tiene incentivos a informarse y votará en función de su escasa información y de sus creencias, el abstencionista medio que directamente no vota, renegará de toda información de cualquier índole. Y en segundo lugar, si yo en una sala de cine me levanto, veré mejor que el resto. Sin duda, si todos se levantan, ninguno verá mejor porque se externalizan los costes. Pero el incentivo de seguir mi estrategia dominante (como así se define en teoría de juegos) sigue estando ahí. Con el voto pasa algo parecido.
Son interesantes los estudios del economista y sociólogo Marcus Olson respecto a los grupos de presión. Afirma que en el seno de un país, existen tendencias que favorecen la formación de estos grupos. Si volvemos al ejemplo de la industria automovilística, es lógico pensar por qué la población no se opone a estas medidas proteccionistas. Este lobby se verá beneficiado por una política de aranceles, por lo que tiene incentivos para presionar su adopción. En cambio, los costes se externalizan, se socializan, se difuminan entre el conjunto de la sociedad, por lo que son difícilmente perceptibles por el votante medio. Esto se agrava si el votante es un ignorante racional y altruistamente percibe que el proteccionismo es lo mejor para el bien común.
Hola de nuevo
No sé cómo te documentas, pero es impresionante.
Sobre lo que comentas: creo recordar haber leído (me parece que a Timothy Garton Ash, poco sospechoso de ser un trotskista leninista) que, con ocasión del referéndum del Brexit, poco más de 150.000 británicos podían votar con conocimiento de causa. Y sin embargo se dejó el asunto (por irresponsabilidad, mal cálculo político o lo que sea) en manos de millones de personas que no solo no tenían tiempos ni ganas, sino la imposibilidad física de comprender las implicaciones del asunto. ¿Fue un error convocar el referéndum? En mi opinión, sí. Pero ¿eso invalida la democracia? Claramente, no.
Comentaba @javierjurado en una de sus excelentes publicaciones que la complejidad de esta sociedad (e imaginemos, no sé, la de dentro de 200 años), puede dejar obsoleto un sistema que, no olvidemos, ha sido una anomalía histórica. La democracia no deja de ser una construcción teórica, que construye un sujeto político que es la voluntad soberana, entendida como la suma de las voluntades individuales. Una construcción del siglo XVIII, cuyo objetivo era desmontar un sistema político para instaurar otro. Y que se basa, como muchas otras ideas de la Ilustración, en la idea de una supuesta supremacía de la razón. Conjetura que se ha visto, en numerosas ocasiones, y como bien explicas, desbordada por nuestros condicionamientos biológicos.
Quizás en estos momentos estamos aturdidos por una oleada de comportamientos irracionales, que pueden no ser más que los prolegómenos a un ajuste violento (no necesariamente bélico o no) del sistema. Y por eso nos fijamos en esas irracionalidades del electorado. O puede que no, que la democracia esté herida de muerte porque ya no le conviene a quien tiene el verdadero poder.
Mientras llega ese momento de cambio (que me parece inevitable, aunque no sepamos muy bien a dónde), estoy de acuerdo, con @lucasheiliz: mejor vivir en una democracia que en el capitalismo de Estado de los chinos. Y no digamos otros ejemplos...
Ahora bien, las costuras que señalas en el comportamiento "micro" de los votantes, bien manipuladas, pueden llegar a destruir el todo a escala "macro". Vamos a ver qué pasa.
Gracias por enseñarnos.
Excelente trabajo en los dos artículos, amigo mío.
Me quedo especialmente con la reflexión final. El pueblo se equivoca. A lo largo de ambas piezas, ilustraste a la perfección los motivos por los cuales esto ocurre. El costo de estar informados es inmenso, y no se limita a la política. No se trata únicamente de saber que o como gobierna, sino entender en profundidad cada uno de estos temas, y por diseño, nuestros organismos gubernamentales no premian a los más capaces en sus respectivos campos.
El votante medio tendría que entender de economía, educación, demográfica, diplomacia, agricultura, ciencias medioambientales, logística, y un largo etcétera, para tomar decisiones informadas. Pretender saber de todo eso es absurdo e inverosímil, y como bien indicas, el beneficio para ese votante es casi nulo, ya que su voto individual no tendrá un impacto significativo en el resultado.
Las democracias son imperfectas por muchos motivos. En comparación con otros sistemas que hay en el mundo, prefiero vivir en una democracia occidental una y mil veces, pero no por ello hay que ser ciego a sus falencias.
Muchas felicitaciones por tu trabajo, y esperando leer que nos traerás la semana que viene. 😉 🇦🇷