«Sobre la mente humana concurren impulsos contradictorios: el deseo de conocer el mundo sin sacrificar la propia visión del mismo.» Bryan Caplan (2015).
Según la R.A.E., una creencia es «firme asentimiento y conformidad con algo». Es decir, es aquello que decidimos creer y afirmar sin que tengamos el conocimiento o las evidencias de que sea o pueda ser cierto. La fuerza de estas creencias varía, y está en lucha constante con la verdad, con las causas y consecuencias reales de los hechos y sucesos. Cada uno de nosotros ve el mundo desde una determinada óptica. Pero nuestras creencias pueden ser falsas cuando las comparamos con la realidad del mundo. Piense en un terraplanista. Su creencia de que la Tierra es plana es falsa, por lo tanto, mantenerla y actuar conforme a ella es irracional. Cuando se les muestra la realidad, algunos individuos prefieren aferrarse a estas creencias a pesar de su falsedad. En el argot económico, tienen preferencias entre sus convicciones. ¿Qué son las creencias preferidas? ¿Por qué se dan?
La verdad
«Todos los hombres desean, por naturaleza, saber.» Aristóteles.
Ya hace más de 2.000 años, el filósofo griego Aristóteles entendió que los seres humanos tenemos la necesidad de saber. Necesitamos conocer lo que nos rodea, anhelamos saber cómo funciona el mundo, de dónde venimos, por qué hacemos lo que hacemos o cuál es la finalidad de la vida. Buscamos la verdad, aunque últimamente se nos escurra de las manos.
La búsqueda de la verdad nos es innato. Desde aquella caverna a la que nos condenó Platón, nuestro deseo de escapar y contemplar la verdad del mundo que nos rodea ha sido uno de los impulsos más poderosos del ser humano. En nuestro pasado como cazadores-recolectores, los humanos primitivos intentaban darle sentido a lo que hacían y a lo que les rodeaba. Posiblemente este sea el origen primario de las religiones modernas.
En el pensamiento cristiano, esta relación entre Dios y la verdad es una temática habitual. Dice la Biblia que la verdad está en Jesús. San Agustín nos narra en sus Confesiones cómo transitó los placeres mundanos para posteriormente buscar la verdad en Dios. Para Santo Tomás, la fe y la razón, aparentemente incompatibles, trabajan juntas para buscar la verdad. Además, en las leyendas artúricas, como bien analizó el mitólogo Joseph Campbell, la búsqueda del Santo Grial representa la búsqueda de la verdad en el mundo. No es, sin embargo, algo exclusivo del cristianismo. En las religiones orientales por ejemplo, es habitual la exploración y la introspección para hallar la iluminación, que implica un conocimiento profundo de la naturaleza de la realidad, de lo que hay de verdad en ella.
Con Descartes y su giro cartesiano asistimos al descubrimiento de que es nuestra propia existencia la base para buscar la verdad. Tras ello, acudimos al cuestionamiento de este planteamiento por parte de aquellos que afirmaban que la búsqueda de la verdad depende en exclusiva de nuestras percepciones del mundo exterior, con la posterior reconciliación de ambas posturas en la figura de Kant. Pero lo cierto es que tras él, todo se volvió más complejo. Para el idealismo alemán, encarnado en la figura de Hegel, la verdad no es algo fijo, sino que es un proceso dialéctico que se conforma mediante la síntesis de contradicciones. Pensadores como Comte, en reacción a estas ideas, plantean que el conocimiento verdadero es el que puede ser verificado a través de la ciencia y la experiencia, fuertemente inspirado por el empirismo. En cambio, concepciones de la verdad como las propuestas por pensadores como Kierkegaard o Nietzsche, rechazando las verdades absolutas en pro de la subjetividad radical y el perspectivismo, o la deconstrucción y el relativismo radical de autores como Derrida o Foucault han vuelto el paisaje en torno a la búsqueda de la verdad en algo más sombrío.
Preferencias entre convicciones
«El rasgo distintivo del mundo moderno no es su escepticismo, sino su inconsciente dogmatismo». G. K. Chesterton.
Nos advertía Douglas Murray de la locura colectiva que, provocada por la irracionalidad, el dogmatismo y cierto rebañismo, ha sumido a las sociedades occidentales en una tendencia peligrosa. Así también lo consideran numerosos intelectuales, de la talla de Noam Chomsky o Steven Pinker, que alzan la voz contra la cultura de la cancelación como traba al conocimiento. Una sociedad en riesgo, cuyos individuos parecen cada vez más impermeables a la razón y a la evidencia, prefiriendo mantener sus prejuicios personales y sus fobias políticas intactas, y olvidando la verdad objetiva que antaño se buscaba.
Desde las ciencias del comportamiento se nos advierte de la irracionalidad con la que en ocasiones actuamos. Es hora de ensanchar este planteamiento a la opinión pública, a las gentes que conforman la sociedad. ¿Por qué se prefieren unas creencias frente a otras, aunque estas sean perjudiciales para uno mismo y para la sociedad?
En materia de política económica, algunos creen que toda inmigración es negativa, otros piensan que la solución al mercado inmobiliario está en imponer controles de precios. Unos consideran que es fundamental poner aranceles a los productos de fuera, mientras que otros defienden que bajar impuestos siempre es positivo. Antes de analizar el porqué, debemos aclarar si existen, si unas convicciones son preferidas frente a otras en nuestra escala interna de creencias; es decir, si siguen una clasificación ordinal. Su existencia puede provocar que el individuo abandone la búsqueda de la verdad de los hechos, para mantener sus prejuicios y dogmas por la satisfacción psicológica de mantener la propia visión del mundo.
«En ausencia de toda estructura de creencias, a mucha gente el mundo le resulta desolador y sin sentido». Shermer.
En el mundo real, las creencias son fines en sí mismos. Son las gafas por las que vemos el mundo, aunque muchas merecen ser graduadas. Todos creemos en unas cuestiones más que en otras, y para algunos, unas creencias determinan la forma en la que ven el mundo de una manera tan determinante que estas parecen grabarse en mármol en la mente del individuo. Renunciar a ellas provocará, en el mejor de los casos, una disonancia cognitiva. Mantenerlas reportará un beneficio psicológico.
Las creencias preferidas aparecen frente a nosotros cuando dejamos que las emociones o la ideología nublen nuestro juicio. John Locke en sus obras criticó a aquel que desecha la razón por abrazar argumentos emocionales. Elegimos pensar que valoramos la verdad, pero abrigamos en nosotros impulsos como la arrogancia, la pereza o el temor que nos alejan de ella. Locke pone como ejemplo clásico de creencias preferidas a la religión. El creyente asume como verdad la doctrina religiosa, sin cuestionamiento. En eso consiste la fe, en asumir un dogma. La verdad viene dada por lo que creemos, no por lo que los hechos afirmen o refuten. Nietzsche, en el estilo habitual que le caracteriza, afirma que «tener fe significa no querer conocer la verdad».
Puede parecer obvio que existen preferencias en el caso de las creencias religiosas; pero, ¿y en las creencias políticas? Para Gustave Le Bon existe una estrecha analogía entre la creencia religiosa en sentido estricto y la adhesión ferviente («religiosa») a cualquier doctrina: «Intolerancia y fanatismo son los compañeros obligados del sentimiento religioso. […] Los jacobinos del Terror eran, en el fondo, tan religiosos como los católicos de la Inquisición y su cruel ardor procedió de la misma fuente». El periodista Louis Fischer confiesa que «así como la convicción religiosa es impermeable a la argumentación lógica y, de hecho, no surge de un proceso lógico, y del mismo modo que los afectos personales nacionalistas desafían toda una montaña de evidencias, así también mi postura pro-soviética alcanzó una independencia absoluta de los acontecimientos del día a día». Por otro lado, George Orwell en su magnífica obra 1984 acuñó el término doblepensar, que se define como esa capacidad para creer una cosa y la contraria, que utilizó para ridiculizar la naturaleza cuasirreligiosa de las ideologías totalitarias. Eric Hoffer, notable crítico de las fuerzas detrás de los movimientos de masas, afirma que:
«El carácter religioso de las revoluciones nazi y bolchevique ha sido ampliamente reconocido. La hoz y el martillo y la esvástica pertenecen a la misma categoría que la cruz. El ceremonial de sus desfiles se asemeja al ceremonial de las procesiones religiosas. Proclaman artículos de fe, veneran santos, mártires y santos sepulcros». Eric Hoffer (1951).
Jonathan Haidt, desde la perspectiva de la psicología evolutiva, sostiene que las creencias políticas se basan más en intuiciones morales que en argumentos racionales. Al igual que las creencias religiosas, las convicciones políticas sirven de anclaje identitario, conforman parte de lo que somos y refuerza el sentido de pertenencia al grupo. En esta línea argumenta Pinker que en ocasiones se defienden determinadas creencias políticas simplemente por tribalismo, ignorando la verdad.
Conclusiones
La ideología político-económica es la religión de la modernidad. Como los seguidores de la religión tradicional, mucha gente se encuentra cómoda poseyendo su propia visión política del mundo, y acoge cualquier cuestionamiento crítico con la hostilidad del devoto.
Si el fervor a los dogmas políticos nace en el mismo lugar que nuestras creencias religiosas, los votantes se convierten en verdaderos creyentes y la ideología, en religión. La fe en estas religiones seculares expulsa todo ápice de razón en el debate público que debería caracterizar a una democracia, convirtiendo a la opinión pública en irracional y las políticas que apoyen, en insensatas.
La existencia de las creencias preferidas es un hecho, y también un reto. En primer lugar, es un reto científico. Los investigadores en ciencias naturales saben desde hace ya mucho tiempo que algunos de sus descubrimientos son puestos en duda por la mayoría debido a que chocan con lo que mantiene la religión. Los investigadores en ciencias sociales han de ser conscientes de que la mayoría rechazará algunos de sus descubrimientos porque contradicen la cuasirreligión. Esto explica por qué a día de hoy existen tantos posicionamientos a favor del proteccionismo o los controles de precios.
Y en segundo lugar, es un reto para la democracia. Las personas eligen sus creencias preferidas por el beneficio psicológico que les aporta, independientemente de si son verdaderas o no. Ser conscientes de su existencia es útil como ejercicio personal de introspección, como forma de mejorar nuestro pensamiento crítico. Pero también nos es útil para desengranar los problemas del sistema democrático y quizás, enmendar sus errores. Por ello, en futuros artículos ahondaremos en este concepto y en su relación con los costes materiales del error, la irracionalidad del votante y sus efectos en el proceso democrático.
Hola! Das en el clavo. Ya dijo Malraux que el siglo XXI sería espiritual o no sería... Pero se equivocó de religión.
Hay un artículo interesante de hoy o ayer en substack, que habla de esto mismo, en concreto sobre los votantes de Trump:
https://open.substack.com/pub/xavierpeytibi/p/no-los-votantes-de-trump-no-son-imbeciles?utm_source=share&utm_medium=android&r=3gzyml
Ahora bien, lo triste es que de las lecciones del pasado que hoy vemos con terror (nazismo, comunismo) no hayamos aprendido nada. Parece que el liberalismo democrático (una bonita religión que con matices seguro que compartimos ambos) está fallando en dar a la gente una respuesta sobre su papel en el mundo.
Y, en consecuencia, la población se deja (nos dejamos) manipular por nuevos mitos, mucho más pobres y dañinos. Tristemente, les funciona a los de arriba (que no son demonios malignos que lo han organizado todo, sino gente que ha entendido de qué va esto).
Siempre es bueno recordar lo equivocados que estamos todos... en algo. Gracias.
"Las ideologías se inventaron para que pueda opinar el que no piensa" - Nicolás Gómez Dávila.
Un artículo interesante, gracias. Sin embargo, me permito unas acotaciones: ya vi mencionado en otros comentarios que quizás los relatos hegemónicos colectivistas del siglo pasado se han atomizado con el auge individualista - y relativista - reciente. Pero aun así, creo que la supuesta "individualización" de las creencias no es más profunda que un par de hojas de papel juntas, ya que todas contienen el mismo sustrato de ideas preconcebidas, y/o prejuicios. Retrocedemos 3 siglos, y veremos que la izquierda woke, la derecha populista y la democracia centrista, todas carecen de sentido. Es más, estas consideraciones preexistentes son uniformes en cualquier sociedad occidental, porque son un resultado de la atomización consecuente del auge individualista. El hombre atomizado se convierte más simple en su pensamiento y más susceptible a la sugestión. Hoy, todos creen que piensan por cuenta propia, mientras que sin notarlo, piensan exactamente igual que el de al lado.
También, contrariando la segunda parte de tus conclusiones, no creo que las creencias preferidas sean un reto sino, más bien, una característica indispensable de la democracia. El pensamiento crítico jamás ha sido una facultad de la colectividad. La búsqueda de la verdad que mencionas si ha sido una constante en la historia de la humanidad, pero no de toda la humanidad. Por eso, la ampliación del acceso a la participación en la vida política creó una necesidad perpetua de que gente que jamás consideró ciertas proposiciones deba rápidamente asimilar - con fe - ideas y conceptos que le son ajenos en su vida cotidiana, por el simple hecho de obligarlos a participar en el proceso que la democracia exige. Como la democracia moderna requiere que siempre cuentes con una opinión respecto a cualquier tema, estamos atrapados en un bucle de retroalimentación, donde - si no heredaste una creencia - debes rápidamente adoptar nociones ajenas, interiorizarlas como un artículos de fe, y actuar de acuerdo a sus dogmas en tu vida política; porque no puedes ser apático.