La nueva jornada laboral de 37,5 horas
Sobre la productividad, la reducción de la jornada laboral, la lucha obrera y los efectos renta y sustitución.
La nueva jornada laboral en España está al caer. Tras la aprobación por parte del Consejo de Ministros, el Proyecto de ley que reducirá la jornada máxima legal de 40 horas a 37,5 horas semanales ya está en la Mesa del Congreso de los Diputados para su aprobación. Uno de los proyectos estrella de Sumar, socio del Gobierno del Partido Socialista, está solo a unos pocos trámites de entrar en vigor.
La reducción de la jornada laboral busca mejorar la vida de los trabajadores: una mejora en la conciliación de la vida personal y profesional, sin disminución del salario, lo que traería beneficios en la salud física y mental del trabajador. Esto puede que también conlleve efectos positivos sobre la satisfacción del trabajador y repercuta positivamente en su desempeño laboral.
¿Qué acarreará y cuáles serán sus consecuencias?
La productividad
Para Krugman, como para la mayoría de los economistas de todas las escuelas de pensamiento, la cuestión de la productividad1 como motor del crecimiento económico es lo más importante de esta disciplina. En las raíces del bienestar económico, la productividad se antoja de vital importancia.
“La productividad no lo es todo, pero a largo plazo lo es casi todo”. Krugman.
¿Por qué es tan importante? La productividad mide qué cantidad que se produce de un determinado bien por cada unidad de input (capital, trabajo o tierra). Cuanto más crezca, más producimos utilizando los mismos recursos. Si un país produce más, tendrá mayor crecimiento económico medido por el PIB. ¿Qué consecuencias directas tiene esto? Habrá más bienes y servicios en la economía y estos serán más baratos. Las empresas ganarán más con costes más bajos. Los trabajadores verán aumentados su poder adquisitivo y serán mejor pagados cuanto más productivos sean. Por tanto, como los modelos teóricos y las investigaciones empíricas de los trabajos de Solow, Romer o Robert Lucas (entre otros) demuestran, si queremos crecer económicamente, la productividad es el motor principal2.
“La explicación de las grandes diferencias que existen entre los niveles de vida en todo el mundo puede resumirse en una sola palabra: productividad”. Mankiw.
Por lo tanto, la productividad debe volver al primer plano del debate económico. Mario Draghi, en su famoso informe donde analiza y critica las debilidades de la Unión Europea, pone de relieve la importancia de esta variable. Europa no puede seguir con una baja productividad si queremos, no solo competir con EEUU y China, sino mejorar la vida de los ciudadanos. Antes de preocuparnos por otros desequilibrios como el desempleo o la desigualdad, debemos preocuparnos de la productividad. Por ello, España, como país perteneciente a la UE, debe mirar por políticas que mejoren la productividad. Por ello, es importante comprobar si medidas como la reducción de la jornada laboral pueden mejorar la productividad.
La reducción de la jornada
Joan Sanchís, profesor de Economía y asesor en la Secretaría Autonómica de Ocupación de Valencia, es uno de los impulsores de la semana de 4 días y la defiende a través de la bajada de productividad con el paso del tiempo. Es decir, en una jornada de 8 horas uno no es tan productivo la última hora como la primera, o en una semana de 5 días laborables la productividad del último día es menor que la del primero. Por tanto, aunque sus principales argumentos son a favor de la conciliación y calidad de vida, es evidente que el profesor cree que la productividad no se verá resentida. Es posible incluso que al reducirse la jornada, puedan aumentar el número de trabajadores contratados según su opinión. Sin embargo, la realidad se torna algo más compleja.
Siguiendo esta línea de investigación, en el 2023 se hizo una prueba piloto en la ciudad de Valencia. Entre los meses de abril y mayo y durante 4 semanas, Valencia tuvo semanas de 4 días laborales (aprovecharon que tenían 3 festividades). Los beneficios evidentes fueron a tanto a nivel personal, de salud, con por ejemplo más horas de sueño, como general, con la reducción del tráfico. En cuanto a las empresas, el resultado fue dispar: con descenso en las ventas por parte de los comercios, aumentos de los ingresos en servicios como la restauración y saturación en el sector hospitalario y en especial el de las urgencias. Una prueba que no arroja resultados óptimos para medir la evolución de la productividad, los salarios y costes laborales.
En el Reino Unido tuvo lugar la prueba piloto que desencadenó este debate, donde participaron 61 empresas en un periodo de 6 meses. En él, se reiteran los beneficios a nivel de salud, cosa que además ha ayudado a la reducción de bajas laborales, pero lo más importante ha sido que prácticamente ninguna de ellas ha reducido sus ingresos y sobre todo que la gran mayoría tienen intención de continuar de manera inminente o a medio plazo. En este caso, sí ha habido los aumentos deseados de productividad y, por consiguiente, la experiencia ha sido muy positiva. Por el contrario, no existen evidencias de aumentos significativos de contratación.
No obstante, la metodología detrás de esta prueba piloto merece críticas significativas. En primer lugar, la muestra (el número de empresas) es sensiblemente reducida. En segundo lugar, la mayoría de estas empresas se unieron voluntariamente, lo que implica un sesgo de selección en la muestra que puede viciar los resultados. Además, las empresas pertenecen a sectores como tecnología, marketing o servicios profesionales, donde es más fácil implementar modelos de trabajo flexibles. Y por último, la duración de la prueba es de apenas 6 meses, mientras que una ley como la pretendida por el Gobierno impacta de forma indefinida. Por tanto, la prueba piloto es lo suficientemente limitada metodológicamente como para sacar conclusiones apresuradas.
Costes laborales
Una importante preocupación para las empresas en medio del proceso de aprobación de este proyecto de ley, en especial para las PYMES, es el aumento de los costes laborales. El coste salarial por hora trabajada, según el propio documento publicado por el Gobierno, será de 6,67% si el trabajador está contratado con la jornada máxima. Según el informe de CEPYME, se estima que reducir la jornada laboral a 37,5 horas semanales sin reducción salarial podría tener un coste directo de 11.800 millones de euros para las empresas, afectando al 75% de los asalariados. Para BBVA Research, la reducción de la jornada laboral sin mejoras en la productividad podría incrementar los costes laborales en un 1,5% del PIB, lo que afectaría negativamente al crecimiento económico y la creación de empleo en nuestro país.
Fundamentalmente, lo que diferentes informes destacan es la disparidad de los efectos en los distintos sectores, pues serán muy heterogéneos. No es lo mismo el reducir la jornada en sectores como la informática o aquellos intensivos en nuevas tecnologías, que en sectores como la hostelería o la restauración. Estas disparidades también se revelarán en forma de costes laborales, afectando más a estos últimos sectores, intensivos en mano de obra, que verán incrementado el coste de trabajador por hora trabajada3. Además, el sector servicios de bajo valor añadido, como la hostelería común o la restauración asociada al turismo de masas, son muy sensibles a a los efectos negativos de la reducción de la jornada. En el medio plazo, como prevén desde ESADE, es probable que o se incumpla el máximo legal en este sector o se ajusten los salarios reales a la baja para compensar la reducción de horas trabajadas.
Lucha obrera y progreso económico
La habitual retórica en el impulso de este tipo de reformas laborales es heredera de los movimientos obreros que, impulsados por las corrientes marxistas, recorrieron Occidente a lo largo del siglo XIX. Karl Marx argumentaba que “la prolongación de la jornada laboral más allá del punto en que el obrero solo repone su propio valor, es lo que constituye la plusvalía”; por tanto, bajo estas premisas, cuanto más se prolongue la jornada laboral, mayor valor del trabajo se apropiará el empresario, mayor plusvalía obtendrá. Por eso, la reducción del trabajo es una necesidad real, no solo un derecho, en este sistema ideológico:
“La tendencia del capital es prolongar la jornada de trabajo hasta un límite físico y moral. [...] En cambio, la reducción legal de la jornada de trabajo es el primer paso hacia una emancipación real”. Karl Marx.
En este pasaje de El Capital, Marx considera que limitar legalmente la jornada no es solo una reforma, sino un acto de resistencia estructural del trabajo frente al capital.
Estos planteamientos políticos fueron enormemente influyentes a lo largo del orbe. Desde la Revuelta de Haymarket en Chicago a la famosa Comuna de París de 1871, pasando por las revueltas de los Trade Unions y owenistas en la Inglaterra Victoriana, todos anhelaban un cambio político respecto a las condiciones laborales, y entre ellas, exigían una rebaja de la jornada laboral. Teniendo en cuenta su influencia en el devenir político y en las reformas legislativas que llegaron, los economistas ponen en tela de juicio su magnitud. Varios estudios parecen indicar que, en el largo plazo, la reducción de la jornada no ha sido gracias a la lucha obrera, sino al aumento de la riqueza gracias al progreso económico.
Según uno de los trabajos más destacados en la literatura sobre este tema, el estudio de los economistas Huberman y Minns, las horas de trabajo promedio ya estaban en tendencia bajista con anterioridad a la aprobación de una reforma legislativa que reconociese legalmente la reducción de la jornada laboral máxima. Por ejemplo, para nuestro país, en el caso más reciente, el Ejecutivo de Felipe González redujo la jornada máxima a 40 horas semanales en 19834. No obstante, la jornada media ya se ubicaba con anterioridad a esta ley en unas 38,5 horas semanales. Por ende, por pura cronología, la reforma legislativa no puede considerarse como causa del cambio en la jornada laboral de los trabajadores. Además, según la base de datos de este trabajo, este esquema se repite para el resto de países de Occidente.
El Centro de Investigación Ruth Richardson proporciona un interesante gráfico. Como se puede observar, existe una fuerte correlación entre mayor PIB per cápita y menor jornada laboral. En España, Italia, Francia o Alemania, según iban mejorando las condiciones económicas y por ello la riqueza de sus individuos, se aprecia como las horas trabajadas en promedio van en descenso. ¿Qué puede haber detrás de esto, si descartamos como motor principal la lucha obrera?
Efecto renta y efecto sustitución
En Economía, disponemos de los siguientes conceptos:
El efecto renta: es el efecto que tendría el ingreso adicional si no hubiera un cambio en el coste de oportunidad.
El efecto sustitución: es el efecto del cambio en el coste de oportunidad, dado el nuevo nivel de utilidad.
En los modelos más básicos de Economía laboral5, que analizan cómo los individuos deciden sobre si dedicar más horas a trabajar o a tiempo de ocio, estos dos conceptos toman gran relevancia.
Con anterioridad a 1870, se observa que, conforme aumentaba la productividad gracias a los avances tecnológicos de la Revolución Industrial y con ello, los salarios y la riqueza de las personas (vía acumulación de capital), los trabajadores decidían trabajar más horas. Así, existía una correlación positiva entre horas trabajadas y salarios reales. Todo esto cambia alrededor de 1870 para la mayoría de países (EEUU, Inglaterra, España, Alemania…). A partir de entonces, la tendencia se revierte, y el salario va en aumento mientras que las horas trabajadas se reducen. ¿Qué pasó?
En ambas situaciones se dio un efecto renta positivo (incrementándose el poder adquisitivo de los trabajadores para acceder a bienes y servicios, por lo que podían obtener más tiempo libre con el mismo salario) y un efecto sustitución negativo (el cambio en los precios relativos, es decir en el coste de oportunidad, hace que intercambiar ocio por trabajo sea “más caro”). Con anterioridad a 1870, el incentivo de trabajar más horas, debido a la ausencia de una sociedad de consumo moderna y de servicios y actividades de ocio para hacer, hizo que más personas eligiesen trabajar más. Es decir, dominaba el efecto sustitución. Sin embargo, tras el 1870, y posteriormente durante el siglo XX, las personas comenzaron a valorar más su tiempo libre, por lo que dominó el efecto riqueza6. Esta parece ser la causa principal detrás de la reducción de la jornada laboral.
Y todo lo anterior enlaza con la primera parte del artículo. Los aumentos paulatinos en la productividad fueron consecuencia directa de las mejoras tecnológicas que caracterizaron el siglo XIX. Los avances tecnológicos, como analizaba Solow, propiciaron que cada trabajador pudiese producir más. Más producción, con las mismas horas de trabajo tiene como resultado un aumento de las ganancias de las empresas y un incremento de los ingresos reales por trabajador7. Por lo que podemos concluir que fue el aumento de la productividad la que generó las condiciones necesarias para que se incrementasen los salarios reales y tras ello, los trabajadores redujesen sus horas de trabajo por más tiempo libre.
Fueron los propios trabajadores, y no los sindicatos o el poder político, el que, en función de sus preferencias y teniendo en cuenta el coste de oportunidad, eligieron cada vez trabajar menos horas a la semana. La productividad, y con ello la riqueza, el crecimiento económico, posibilitó reducir la jornada laboral en el largo plazo en mayor medida que las decisiones gubernamentales.
Conclusiones
Decía Thomas Sowell que “no hay soluciones, solo trades-off”. Por tanto, si has llegado hasta aquí, me temo que no encontrarás la receta mágica al tema de la reducción de la jornada laboral. Lo que hay que tener claro es que en esta y en tantas otras ocasiones, como por ejemplo en las subidas del salario mínimo, habrá que analizar bien qué efectos conseguiremos con determinadas políticas y cuáles queremos evitar.
En primer lugar, la reducción de la jornada laboral máxima previsiblemente mejorará la conciliación de las esferas laborales y privadas de las personas, dotando a los trabajadores de más tiempo libre en su vida personal y de desconexión con el trabajo, lo que redundará en un menor estrés y cansancio, con los beneficios psicosociales que esto conlleva.
No obstante, esta medida puede acarrear efectos adversos para la economía española, aunque debemos esperar a evaluar sus consecuencias. Lo que si parece preverse es su afectación heterogénea entre los distintos sectores de la economía, siendo aquellos sectores intensivos en mano de obra o el sector servicios de bajo valor añadido (turismo, restauración) los más afectados. En especial para las pequeñas y medianas empresas, los costes laborales se incrementarán, presionando las cuentas de estas compañías en una situación si cabe delicada por la subida de las materias primas debido a la inflación y de tipos de interés todavía altos, aunque en tendencia bajista. Es posible que esta medida tensione el desempleo al alza.
Para evitar esta subida en los costes laborales, según apunta ESADE, Funcas o el BBVA, la reducción de la jornada debería venir precedida por un aumento en la productividad. Es ese aumento de la productividad laboral la que precipitaría una mejora en los ingresos reales de los españoles y por tanto un incremente en su poder adquisitivo. En este caso, serían los propios trabajadores, gracias al efecto renta y al efecto sustitución, los que optarían por trabajar menos horas de forma voluntaria. Por ello, la política económica debería enfocarse más en crear las condiciones necesarias para que se propicien esos incrementos en la productividad de los trabajadores españoles, estancada durante años8, antes de por decreto decidir dónde fijar la jornada máxima. Es la productividad y la riqueza económica la que debe preceder a la reducción de la jornada y no reducir la jornada para aumentar la productividad.
Una alternativa interesante que mencionaba el profesor Manuel Hidalgo es dejar la decisión sobre la jornada en la negociación colectiva, lo que dotaría de mayor flexibilidad y las medidas oportunas se adaptarían mejor en función del sector en cada caso concreto.
Puede que en un futuro cumplamos el sueño que tenía Keynes para sus nietos de una jornada laboral de 15 horas semanales y nuestro problema sea el tiempo libre, pero a día de hoy, estamos lejos de esto.
Por último, como ya he comentado en otras ocasiones, es importante contar con los adecuados análisis econométricos para tomar las mejores decisiones en política económica. Debe exigirse a los expertos en el Gobierno que analicen la evidencia existente, que utilicen modelos robustos y contrastados que permitan aislar y estudiar las variables clave para tomar las mejores decisiones al respecto. Una medida de este calado no puede decidirse exclusivamente por un par de pruebas piloto de dudosa metodología. Esto solo nos deja a merced de las arbitrariedades de las filias políticas de los que toman las decisiones.
La productividad aludida en este apartado es la productividad total de los factores. Esta se divide en productividad laboral y productividad del capital.
La evidencia empírica mayoritaria confirma que existe una fuerte correlación entre crecimiento económico y productividad. Además, también se ha demostrado una correlación positiva entre el crecimiento económico y la mejora de la calidad de vida de la gente. Por lo que sabemos, si queremos vivir mejor, todo pasa por mejorar la productividad.
Se ve incrementado por mantener el mismo salario. Si se redujese proporcionalmente, no habría efectos en los costes laborales.
Este punto es algo impreciso. Fue Adolfo Suárez quien, en el 1980, aprobó el Estatuto de los Trabajadores que ya reconocía la jornada laboral de 40 horas semanales. Sin embargo, esta jornada debía concretarse por vía de convenio colectivo. Sin embargo, la generalización del límite de la jornada vino en el 1983 cuando Felipe González impuso dicha jornada en la Administración Pública, actuando así como referente que fue seguido por el resto de empresas, desde las grandes primero hasta las pequeñas después. Para el caso que nos ocupa en este post, es indiferente si se escoge 1980 o 1983.
Es normal criticar los modelos económicos por su sencillez o su falta de realismo, pero no por ello significa que sean menos útiles. Milton Friedman explicó que cuando los economistas usan modelos donde se utilizan cálculos económicos y se habla de igualar la Tasa Marginal de Sustitución con la Tasa Marginal de Transformación, no afirman que realmente hagamos estos cálculos cada vez que tomamos una decisión. En cambio, cada persona prueba distintas opciones (a veces incluso sin proponérselo) y tiende a adoptar hábitos o reglas prácticas que le hacen sentirse satisfecha y no arrepentirse de sus decisiones. Puso de ejemplo al jugador de billar, que no necesita conocer las leyes físicas detrás de la fuerza y el movimiento para realizar los golpes correctamente y meter las bolas. Por tanto, la sencillez en los modelos puede ser muchas veces nuestra gran aliada para explicar nuestra toma de decisiones.
Existen hipótesis socioculturales detrás de estas razones. El advenimiento de la sociedad de consumo, de una mayor cantidad de bienes y servicios a nuestra disposición, de mayores actividades para hacer tuvieron parte de culpa. Otra explicación es un mayor valor por la vida, en principio debido a la retirada paulatina de las religiones, valorando más la vida terrenal que la del más allá, y las dos guerras mundiales (o en España la Guerra Civil) que hizo a las posteriores generaciones ser mucho más conscientes de disfrutar su tiempo. Algo parecido es posible que veamos ahora tras el Covid-19 y las nuevas generaciones de nativos digitales. Puede que haya otras variables, como la reducción de la institución de la familia y el creciente consumo conspicuo que se da entre las clases medias, lo que hayan impulsado esta tendencia.
Una duda bastante habitual que nos aborda, muy influidos por sistemas de pensamiento como el marxista, es qué porcentaje del valor del trabajo recibe el empleado al final del proceso. Esto merece un post aparte en un futuro para analizarlo.
Datos recientes indican que la productividad laboral ha mejorado en nuestro país. Pero sería un error creer que somos más productivos, puesto que lo que ha sucedido es lo que en Economía y Estadística se conoce como efecto composición. Según las investigaciones del catedrático Jesús Fernández-Villaverde, la productividad ha aumentado porque la llegada de inmigrantes, especialmente de Latinoamérica y Europa, ha hecho crecer la población activa, y por ello también la población que trabaja. La productividad ha aumentado, no porque los españoles seamos más productivos, sino porque hay más gente que produce. Esta es la razón principal en la discrepancia entre los datos macroeconómicos de nuestro país sobre crecimiento económico, siendo el país europeo que más crece, y la apreciación de los ciudadanos de que las cosas no mejoran, siendo el sentimiento del consumidor algo pesimista sobre la economía y ubicándose en números cercanos al año 2008.
Hola @menez
Llego tarde a todo lo dicho, sobre todo por Javier Jurado @jajugon. Pero no quería dejar de comentar tus artículos porque siempre vale la pena.
En primer lugar, reducir la jornada laboral sin ganancias de productividad no tiene sentido y es un brindis electoral al sol. En eso estamos de acuerdo. Conozco varias empresas que han cambiado a la jornada de cuatro días y le has ido muy bien, incluso mejor: pero es que ha subido la productividad. Vía estimulación, vía responsabilización, menos pasilleo... lo que sea. Y, como bien dices, es una empresa de servicios. Haz eso en un bar (o en la Ford) y, sencillamente, los costes suben. Es una regla de 3.
En segundo, y como bien apunta Javier, las ganancias de productividad (o el mercado como dices tú) son condición necesaria, pero no suficiente. Igual que la presión sindical del XIX y del XX. Uno de los males del capitalismo es que, cuando la correlación de fuerzas no es justa, la parte más fuerte no se pone ningún límite. Hablo de información imperfecta, posición monopolística... o poder político. Si no hubiera sido por los (ahora) denostados sindicatos de entonces, no hubiera habido ninguna razón para reducir la jornada. Las ganancias de productividad ya se habían producido, en beneficio de los capitalistas industriales. En conclusión ambos fenómenos fuero imprescindibles. Javier lo explica (como siempre) mucho mejor que yo.
Pero aparte de esa precisión que me parecía importante, considero como tú que no puede el carro antes de los bueyes.
Gracias, Ménez. Solo algún comentario: Que la reforma legislativa no sea la primera causa, no quiere decir que la lucha obrera no tenga su efecto precedente y causal. La presión que ejerció en la reducción de la jornada me parece innegable, y los empresarios ya iban cediendo terreno cuando la legislación certificó y aceleró el reconocimiento. No deben confundirse una con otra. Había y hay mucho lobby y muchos intereses permeando al poder político como para retrasar ese reconocimiento. Indudablemente el aumento de la productividad hizo posible ese trasvase entre trabajo y ocio, pero el fenómeno es multicausal y no pueden desdeñarse las causas sin aportar valores de cuánto de la varianza explican (aunque reconozco que, en este caso, es difícil cuantificar la “lucha obrera”). El punto de inflexión a partir de 1870 convoca a diversas causas, como las revueltas obreras en torno a aquellos años que se mitigaron con fuego pero también comprando paz social y, al mismo tiempo, con la disrupción tecnológica que hizo aumentar la productividad con una nueva ola de Kondratieff. La presión social comparativa del bloque soviético durante la Guerra Fría también ejerció su influencia.
En cualquier caso, estoy contigo en que este paso del gobierno parece obedecer más a un rédito electoral que a una evolución congruente y viable con el aumento de la productividad. Pero lejos de lo que suele hacerse, ese aumento necesario de la productividad no recae solo en los trabajadores, sino en las carencias de creatividad e innovación que tenemos en el empresariado patrio. Ante la imagen de que el trabajador español calienta mucho la silla pero produce poco para tanta hora, también debe aportarse la imagen del emprendedor que se aprovecha demasiado de trabajos precarios y negocios de bajo valor. Los datos que nos ayuden a esclarecer la realidad sin estereotipos y las medidas que permitan romper con estas dinámicas deberían ser bienvenidas.