Las noticias españolas parecen un sinfín de escándalos políticos. La nube negra de la corrupción se cierne sobre el presidente del Gobierno. Todos aquellos que estaban a su alrededor parecen salpicados por una trama que parece hundir sus raíces en el mismo partido. Son tantos los escándalos que el ciudadano de a pie olvida las noticias de hace apenas una semana, por la dificultad de seguir la historia.
El primer gran caso que se comenzó a investigar en los tribunales fue en torno a la figura de Begoña Gómez, esposa del Presidente y supuestamente implicada en una trama de tráfico de influencias en la creación de una cátedra universitaria. Las investigaciones judiciales han proseguido su curso, investigándose ahora el posible acceso a contratos y subvenciones públicas de empresas gracias a la intermediación de Begoña.
El segundo caso de presunta corrupción señala directamente al hermano del Presidente, David Sánchez. Este supone el primer juicio a un familiar de un presidente del Gobierno de España por un caso de corrupción. Las investigaciones apuntan a la creación de un puesto ad-hoc en la Diputación de Badajoz para este señor, que según sus propias declaraciones en juicio oral, ni sabía donde se encontraba su puesto de trabajo.
El tercer gran caso está en torno a la figura de Leire Díez, conocida como La Fontanera. Esta señora parece estar implicada en numerosas tramas. Por ejemplo, parece ser la que está detrás de presionar a la jueza Biedma por encausar al hermano del presidente. Esto se une a otras posibles presiones que habría realizado a otros organismos, como por ejemplo la UCO (Unidad Central Operativa), que es la que está dando a conocer en las últimas semanas los famosos audios que involucran a Santos Cerdán, Koldo y el ex-ministro José Luis Ábalos.
Estos tres individuos son los que se están llevando todos los focos en estos últimos días. Santos Cerdán, entre otras cosas, fue Secretario de Organización del PSOE y mano derecha del Presidente del Gobierno en estos últimos años. Asimismo, José Luis Ábalos, fue Ministro de Transportes y persona de confianza del Presidente, mientras que Koldo era asesor del señor Ábalos. Se les está investigando por adjudicaciones públicas amañadas, mordidas que podrían no solo haberles enriquecido, sino haberse desviado a las arcas del Partido Socialista reforzando la idea de financiación ilegal, además de que tienen presencia en otras subtramas como las correspondientes a la mujer y hermano del Presidente. El Tribunal Supremo les investiga por cohecho, malversación, tráfico de influencias y organización criminal.
Todo este entramado deja sensiblemente tocado al Presidente, además de una genuina sospecha por parte de la sociedad española por saber si él también estaba involucrado. Además esto se une a otros casos, como el “Delcygate”, que hacen tambalear el acuerdo de gobierno.
El ciudadano español tiene que tener un sentimiento continuo de engaño y desazón con la clase política. Antaño, la trama Gürtel y el caso Bárcenas, que implicaba al tesorero del Partido Popular y al propio partido por financiación ilegal, nombrado por el entonces Presidente Mariano Rajoy, hizo caer al Gobierno en la moción de censura, que paradojas de la vida, trajo a Pedro Sánchez al poder. Parece que allá donde haya un gran poder, hay una gran corrupción.
Los dos grandes partidos de nuestro país tienen una retahíla de borrones: Gürtel, Púnica, Lezo, los ERE de Andalucía, Filesa, Koldo… Pero si salimos del eje PP-PSOE, la cosa no acaba: el caso Malaya en Marbella, el caso Pujol en Cataluña… Los españoles nos preguntamos por qué es tan habitual que los que llegan arriba sean los peores de entre nosotros. Nos quejamos porque creemos que no nos merecemos esto, y posiblemente sea verdad. Sin embargo, debemos comprender por qué sucede y por qué, muy a nuestro pesar, seguirá sucediendo…
¿Por qué los peores llegan arriba?
En el capítulo diez de su libro Camino de Servidumbre, el premio Nobel de Economía Friedrich Hayek realiza una excelente exposición de la naturaleza misma del poder. Los partidos políticos son los máximos exponentes del sistema democrático que, paradójicamente, en su seno, su jerarquía y organización es palmariamente antidemocrática1. No existe apenas el debate interno, se silencian las voces disidentes. La estructura está preparada para seguir al líder, haga lo que haga. Son formaciones que exigen pluralismo hacia fuera, pero cuya propia formación premia el ser férreamente monolítica.
Pero la cosa va más allá. Tratamos al Estado como un ente amoral, impersonal. Olvidamos que el Estado esta formado por dirigentes, personas de carne y hueso, con las mismas aspiraciones, los mismos miedos y las mismas pasiones que las personas corrientes. Tienen sus fines y responden a incentivos, igual que el resto.
El individuo que entra en política, igual que en el resto de quehaceres de la vida, intentará destacan, innovar, agradar a su jefe, ascender. Igual que profesiones como la banca de inversión atrae de forma natural a aquellas personas que ansían tener unos muy altos ingresos, la política atrae a aquellos que naturalmente desean ostentar el poder sobre los demás. La vocación de servicio público es en líneas generales una cortina de humo para esconder la cruda realidad que muchos saben pero prefieren ignorar: el ser humano actúa en búsqueda de su beneficio personal. Para el político, el trabajo que más satisfacción le genera, en función de sus preferencias, es el de influir en la toma de decisiones colectivas. Rara vez el sentimiento del político (igual que el de cualquier otro trabajo) es puramente altruista, sino que nace de un impulso egoísta de ser lo que uno desea ser. Por tanto, el sistema selecciona a aquellos que más ganas tienen de gobernar.
En los sistemas libres, en las sociedades abiertas, el sistema se enfoca en el debate libre, plural y abierto, en el debate racional para decidir las políticas públicas, para gobernar. España hace tiempo que abandonó esa senda. Las clases políticas, no exclusivamente en nuestro país sino también en los de nuestro entorno, han comprendido que explotar los mecanismos tribales de nuestro cerebro primitivo es la mejor forma para ganar y mantenerse en el poder. Las masas, como analizaba Hoffer, no se mueven por aspectos racionales sino que el miedo, el odio, el resentimiento, son mucho más eficaces.
“Podrá obtener el apoyo de todos los dóciles y crédulos, que no tienen convicciones fuertes propias, pero que están dispuestos a aceptar un sistema de valores ya hecho si se les inculca con suficiente fuerza y frecuencia. Serán aquellos cuyas ideas vagas e imperfectamente formadas son fácilmente influenciables y cuyas pasiones y emociones son fácilmente despertadas los que engrosarán las filas del partido totalitario”. Friedrich Hayek.
Y es aquí donde entra la tercera derivada. En política, en muchas circunstancias se toman decisiones difíciles. Esto requiere por un lado uniformidad en el grupo que gobierna, que remen todos a una, que sigan la jerarquía establecida. Así, se acallan las disidencias, se premia al más fiel que estará un paso más cerca de su objetivo personal. Y por otro lado, se premia a aquellos con menos escrúpulos. En los mercados, la competencia hace que las empresas que oferten los mismos productos con menores costes salgan ganadoras. La política no es menos. El político busca un beneficio, que suele ser el ascender en el escalafón, el lograr el poder. El coste representa aquello a lo que tiene que renunciar. En muchas ocasiones, esto será su moral. Aquellos políticos con menores costes, con menores restricciones morales, cuyos costes psicológicos de violar las normas sean más bajos, saldrán victoriosos. Por eso muchas personas honorables y de altas capacidades acaban huyendo del sistema político. Las personas con menos reparos a mentir o a engañar son aquellas que se ven impulsadas. Si estas personas son las que más arriba llegan, la corrupción florece.
Conclusiones
Autores como James Buchanan, Gordon Tullock o Anthony Downs dedicaron una vida al análisis económico de la política. Haciendo una panorámica al lado de la oferta política (partidos políticos, burócratas y grupos de presión), se aprecia que el sistema está plagado de incentivos perversos. Los incentivos políticos no premian las buenas políticas. Premian a aquellos que lograr movilizar redes clientelares, aunar al mayor número de votos vía concesiones2, a aquellos capaces de encauzar el discurso público en el camino que más les interese.
Por eso el Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, tenía razón en una de las intervenciones en sede parlamentaria en la que ha participado esta semana. Todos los partidos, especialmente en el gobierno, tienen corrupción. Como advertía Hayek, los incentivos premian necesariamente a aquellos que más desean gobernar, a aquellos capaces de movilizar a más gentes bajo sus ideas y a aquellos con menores escrúpulos a la hora de actuar. Por eso, aun confiando en la democracia, soy escéptico. Quizás la corrupción cero sea una ilusión inalcanzable. Quizás minimizarla es lo único a lo que podemos aspirar, imponiendo los límites adecuados al actuar del gobernante. Quizás también, por ignorancia o irracionalidad, seamos responsables. Pero por ahora, no nos queda otra que aceptar lo que decía Winston Churchill, y humildemente, ir cambiando los incentivos del sistema para evitar que esto vuelva a pasar:
“La democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás”. Winston Churchill.
El tema de las primarias abiertas en los partidos políticos es delicado. Mientras que en algunos partidos, como en el PP, no han existido como tal hasta hace poco, en otros han sido simplemente aparentes, como fue el caso de Podemos. En cuanto al PSOE, no hay una libertad real para cualquier militante de presentarse a las primarias, y además, a día de hoy se sospecha que la trama de Santos Cerdán apunta a que fueron manipuladas.
Es la razón principal por la que la mayoría de partidos, de izquierda a derecha, no han abierto todavía el melón de las pensiones. En este tema concreto, si están todos de acuerdo.
Hola @menez (de nuevo)
Una vez me comentó brillante economista Emilio Ontiveros (que en paz descanse), profesor mío en la UAM y al cabo de muchos años amigo, que ninguno de sus alumnos brillantes había acabado en política, y que era una pena. Él mismo sonó para ministro de Economía muchas veces, y lo acabó rechazando.
Parece que los mecanismos que comentas son ciertos, y que hay corruptos no sería más que una consecuencia lógica del sistema. Dos matices, sin embargo:
1) Hay mucha gente decente en política. Y muchos altos cargos de la Administración que no han tocado nunca un duro. Sí concedo que para llegar muy alto, hay que prescindir no solo de la vidad personal, sino también de la moral. Lo cual, visto desde un punto de vista de asignación de recursos, es paradójicamente inevitable, pues el sistema castiga a la gente con ética. Pero esa falta de ética debería limitarse a lo político (y hasta lo personal), no a lo económico. El poder concede sensación de inmunidad.
2) Sin embargo, eso significaría que los noruegos y los holandeses, todos los seres humanos en general que se dedicasen a la política, tenderían a la misma corrupción. Pero no es así. Por el contrario, los noruegos y los holandeses (por poner ejemplos que nos salen naturales) son igual de corrompibles. Pero el incentivo de la corrupción es inferior al miedo al castigo, y a las probabilidades de ser atrapado.
Ese, creo, es el principal problema de una cierta cultura latina (aunque en Portugal hay menos corrupción que aquí): una cierta tolerancia social, que se quiebra solo en los casos más escandalosos, y la ausencia de un sistema público de control. Ten en cuenta que, al fin y al cabo, nuestra cultura política bebe de una tradición romana basada en el clientelismo (de la que carecen los países germánicos, y sé que caigo en un tópico manido). El Tribunal de Cuentas debería ser temido por los políticos, no ninguneado.
La solución, como bien dices, no es reemplazar la democracia por otra cosa. Platón no estaba en lo cierto, aunque ya vio entonces los fallos del sistema. La voluntad general, voluble y desinformada, siempre será mejor que el criterio interesado de unos pocos, por buenas intenciones que supuestamente tengan. Sin embargo, hacia allá vamos, y la culpa no es nuestra, sino de quienes han dirigido el sistema político diciendo una cosa y la contraria.
Una pena. Los que aúllan ahora escandalizados se preparan para ocupar los despachos que van a quedar vacíos, y la rueda volverá a girar.
Puede que los incentivos no sean los mejores pero, como apunta Ignacio, creo que el clientelismo cultural nos pasa especialmente factura.
Detecto una pequeña contradicción en tu apreciación: si - un tanto ideológicamente - sostienes que lo que predomina en la naturaleza humana es la tendencia a buscar nuestros propios intereses por encima de los colectivos, que los trepas políticos abunden frente a los servidores públicos es solo una consecuencia inevitable, y por tanto no es que lleguen los peores de entre nosotros: es que nosotros también somos eso que vemos en la élite corrupta. Casi todo el mundo se tiene por más moral de lo que en realidad es. No tengo tan claro que la tasa de corrupción política sea mucho más alta que la corrupción social. Pero es más escandalosa y mediática. Un asesino que se lía a tiros un día causa mucho más escándalo que los miles y miles de cooperantes que trabajan por otros sin ser noticia durante ese mismo día.
Dicho esto, estoy contigo en que es necesario endurecer y erradicar incentivos perversos. Por ejemplo, yo subiría la apuesta: yo incentivaría el propio ejercicio público con salarios más altos, con una parte variable en función de resultados electorales parciales. El salario del presidente del gobierno es muy bajo. Y por supuesto endurecería enormemente los delitos de corrupción. Para mí, al nivel de la alta traición. Tanto para corruptos como para corruptores. Que aquí casi ningún medio habla de las empresas que pagan para corromper. Será porque precisamente patrocinan esos medios.
Gracias por traer la reflexión.