La disminución de la atención ¿un mito?
Sobre la economía de la atención y la evidencia empírica al respecto.
“La riqueza de información crea una pobreza de atención y la necesidad de asignar esa atención de manera eficiente entre la sobreabundancia de fuentes de información que podrían consumirla”. Herbert Simon.
Con esta afirmación, el economista heterodoxo Herbert Simon capturó una paradoja fundamental del mundo moderno: a medida que crece la cantidad de información disponible, se vuelve más difícil decidir a qué prestarle atención. Según Simon, la atención era un recurso escaso en un entorno de abundancia informativa. Con la llegada de Internet, esta previsión se materializó. La información cada vez era más accesible. Todo el conocimiento humano lo tenías inmediatamente a golpe de click. La IA generativa es solo la última pieza del tablero, haciendo aún más si cabe que la información, el conocimiento, destaque por su inabarcable abundancia.
Para Simon, el ser humano no era un homo economicus como contemplaba la teoría neoclásica, sino que más bien disponemos de una racionalidad limitada. Tenemos ciertas limitaciones cognitivas para captar información, como puede ser la memoria o la capacidad de atención, y debido a nuestra información fragmentada del mundo, tomamos decisiones en un contexto de incertidumbre de la mejor forma que podemos. Seguramente dichas decisiones no sean óptimas en estrictos términos económicos, pero muchas veces si serán satisfactorias.
La sobreabundancia de información que llegó de la mano de Internet incide directamente en nuestras limitaciones cognitivas. Cuánto mayor información hay, mayor coste de oportunidad tendremos pues nuestra atención es biológicamente limitada, por lo tanto es escasa. Cada vez nos saldrá más caro informarnos. Y con menor información, peores decisiones tomaremos.
A favor
Desde el libro de Davenport y Beck en el año 2001, The Attention Economy, las grandes empresas han utilizado a sus equipos de marketing para capturar la atención de los consumidores. La atención es un fin en si mismo, su tratamiento es especial. Si captamos la atención del cliente, será mucho más sencillo venderle nuestros productos. En un entorno saturado de información, la atención es el bien más preciado.
Un estudio publicado en Nature Human Behaviour investigó cómo la sobrecarga de información y la atención limitada afectan la calidad de la información que se vuelve viral en las redes sociales. Los investigadores encontraron que, aunque los usuarios prefieren información de calidad, sus limitaciones cognitivas y la gran cantidad de contenido disponible dificultan la discriminación efectiva entre información de alta y baja calidad. Como resultado, la información de baja calidad tiene una probabilidad similar de volverse viral que la de alta calidad, lo que contribuye a la propagación de desinformación en línea. Esto sin duda nos vuelve más vulnerables a la mentira y a la propaganda.
En otro artículo publicado en Journal of Cognitive Neuroscience, se exploró cómo la economía de la atención del siglo XXI influye en la capacidad de los individuos para cambiar entre diferentes estados emocionales. El estudio sugiere que la constante exposición a estímulos digitales y la necesidad de alternar rápidamente entre tareas pueden afectar la regulación emocional y la salud mental.
Sin embargo, el estudio más famoso, y más controvertido, pues pertenecía a una campaña de marketing, fue el realizado en 2015 por Microsoft Canada, Attention spans study. Este estudio de mercado, ampliamente citado aunque criticado por su metodología, popularizó la idea de que el attention span humano es de apenas 8 segundos, por debajo del pez dorado.
En contra
Algunos autores han criticado esta narrativa. Opinan que en muchas ocasiones se ha malinterpretado los resultados o se ha exagerado las conclusiones de los mismos.
La psicóloga Angela Duckworth comparte los hallazgos de un metaestudio reciente que examinó datos longitudinales sobre la atención humana durante tres décadas. Este estudio incluyó a más de 17.000 personas de 32 países, y utilizó el D2 Test of Attention, una herramienta estandarizada que mide tanto la velocidad como la precisión en la atención visual. Según los resultados principales, no se halló evidencia concluyente de que la atención humana esté disminuyendo con el paso del tiempo.
Este hallazgo desafía directamente la narrativa dominante. Además, se menciona que, si bien los jóvenes parecen tener dificultades para mantener la atención en contextos educativos tradicionales, pueden sostener niveles elevados de concentración en actividades como los videojuegos, donde el diseño está orientado precisamente a capturar y mantener la atención.
El investigador Mike Maughan compara los resultados anteriormente citados con el caso de Quibi, una plataforma de streaming diseñada para consumir contenido en cápsulas de menos de 10 minutos. Su fracaso comercial demuestra que las audiencias no necesariamente quieren contenidos más cortos, sino contenidos más atractivos. Por contraste, el fenómeno de los maratones1 de series en plataformas como Netflix demuestra que las personas todavía son capaces de mantener la atención durante horas cuando el contenido lo merece.
Ver lo que otros no ven
Con las cartas sobre la mesa, no es posible descartar ninguna de las opciones a día de hoy. Nuestra intuición nos dice que las nuevas tecnologías y el fácil acceso a información abundante han tenido efectos sobre nuestra capacidad de atención, memoria y concentración. Un terreno totalmente inexplorado para nuestra experiencia, pues ninguna generación en la historia de la humanidad se enfrentó a dichos estímulos. Es más, vamos a ciegas en cuanto a los efectos sobre la educación de los más pequeños, pues los cambios han sido tan profundos que las consecuencias de los mismos son pura incertidumbre. No obstante, los efectos observables en lo que concierne a la atención, a falta de mayores estudios, todavía no es del todo concluyente. Por ello, debemos hacer juntos un esfuerzo para escarbar en este tema.
En primer lugar, los estudios de Angela Duckworth y Mike Maughan sugieren que no es tanto la disminución de nuestra capacidad de atención la que se ha visto afectada, sino las condiciones cambiantes del entorno que moldean la atención. Los estudios de Gloria Mark apuntan a que, desde la década de los 90 a la década de 2010, nuestra capacidad de atender a una pantalla se había reducido de 2 minutos y 30 segundos a 1 minuto y 15 segundos. La razón nos lleva a pensar que se ha reducido nuestra habilidad innata para prestar atención, que la tecnología ha hecho un daño irreversible a esta capacidad cognitiva. En cambio, si asumimos la explicación de Duckworth y Maughan, el cambio realmente viene porque existen más distracciones. En términos económicos, existe más oferta de información disponible. El coste de adquirir más, el precio que se paga, es nuestra atención. Una atención capada por cuestiones estrictamente biológicas.
El cerebro es metabólicamente muy costoso, quemando muchas más calorías para su peso que el resto del cuerpo. Es una computadora muy costosa de mantener. Por lo tanto, nuestra atención es necesariamente selectiva. Es por definición escasa. Necesitamos este mecanismo de control. No tenemos una capacidad computacional infinita. Y por ello, evolutivamente, nos hemos preparado para prestar atención a aquello que más nos sorprenda, que más recompense al cerebro. Justamente eso es lo que provoca los scrolls infinitos, la gamificación, las eternas notificaciones y likes… desatar esa dopamina a la que nuestro cerebro es adicta.
Los economistas Levitt y Dubner ponen de ejemplo el habitual mantra de que la capacidad de atención en las aulas es de entre 10 y 15 minutos. Neil Bradbury, de la Universidad de Medicina y Ciencias Rosalind Franklin, no encontró evidencia sobre esto en sus investigaciones y apunto al profesorado y la forma de dar las clases. Como bien señala, incluso la materia más interesante puede darse de forma aburrida y desganada. Bajo esta premisa, es posible que existan incentivos ocultos, como la falta de vocación o una menor contraprestación económica, que lleve a los profesores a dar mejor sus lecciones en un entorno de mayor competencia por la atención del individuo.
Quizás en el ser humano no ha disminuido la capacidad de atención, sino que ha perdido su control. Con ese crecimiento exponencial que estamos viviendo en la oferta de información, la sobredosis de estímulos dopaminérgicos hacen babear a nuestro cerebro cual niño en una tienda de chucherías. Quizás es pronto para asumir que la tecnología reduce nuestra atención, sino que más bien es el aumento de alternativas, de distracciones, lo que nos hace prestar menos atención a las cosas. Quizás no somos menos atentos, sino que estamos más distraídos.
Porque cuando prestas atención a algo, entra en tu consciencia. Y cuando no prestas atención a algo, es como si no existiera. Daniel Kahneman solía decir que "lo que ves es todo lo que hay". Así que, si hemos evolucionado de esta manera, si esto es parte integral de ser humanos, si no lo hacemos intencionalmente, si no nos damos cuenta de adónde va nuestra atención, si nos gusta cuánto tiempo se detiene en una cosa u otra, si adónde va, entonces, en cierto modo, estamos permitiendo que toda nuestra existencia se balancee como una botella en medio del océano.
El 73 % de los consumidores estadounidenses afirman haber visto una serie en maratón, siendo los millenials y la generación Z los que más realizaron esta práctica.
Hola Menez
Abundando en la línea de David: no se puede culpar a la tecnología "per se" de la falta de atención, sino a la avalancha de información basura que produce. Y esto aplica también para la que no es basura: yo mismo tengo grandes problemas para gestionar y digerir todo lo que me entra por Substack. Lógicamente, prefiero pasar mi tiempo seleccionando entre artículos con contenido de calidad que viendo vídeos de gatitos.
La cuestión, por tanto, no es si el smartphone es malo, sino qué hace Tiktok o Meta con ese iphone. No se puede culpar al mensajero, sino al mensaje. Supongo que Steve Jobs hoy se llevaría las manos a la cabeza, igual que el inventor del scroll.
Lo que si te puedo decir, porque lo veo todos los días, es que la capacidad de atención de alguno de mis alumnos es inferior a la de la mosca de la fruta.
Este tema me interesa, y mucho (y entonces le presto mucha atención :)
Desde luego, no sé si la falta de atención es una moda, un drama o una epidemia. Pero hay quien lo nombra como depredación cognitiva. Nos distraen para que no pensemos, nos saturan para que no sintamos. Y al final, como pasa con los bosques arrasados, cuesta años —y mucho cuidado— regenerar un pensamiento fértil.