Parabellum
Sobre la guerra y el miedo como herramienta.
Esta semana veía una noticia que me dejaba perplejo. La Unión Europea comunicaba a los ciudadanos una serie de recomendaciones en caso de guerra. Instaba a los ciudadanos a estar preparados por lo que pueda pasar. Y aunque nuestra época actual ha sido una excepción maravillosa en la historia del continente europeo, los ciudadanos europeos hemos olvidado, con permiso de los pobres ucranianos, los horrores y la maldad del ser humano. No obstante, llama la atención esta recomendación, dado la aparentemente ausencia de amenazas reales a día de hoy.
Guerra Justa
Nunca ha habido una humanidad que desconociese la guerra; lo que quiere decir que nunca ha habido un momento de la historia mundial libre de conflictos armados: en algún lugar del globo siempre hay grupos que se matan entre sí. Incluso si damos por buena la tesis de Steven Pinker, según la cual puede discernirse una reducción continuada del empleo de la violencia en el curso de las interacciones humanas, el hecho bruto es que la guerra no ha desaparecido de nuestro horizonte. El continente europeo no es una excepción, ejemplo de ello es la reciente invasión rusa a Ucrania. Si nos remontamos un poco más atrás, en el año 1991 fuimos testigos del violento ocaso de Yugoslavia.
La guerra no estuvo históricamente tan mal vista. En el Antiguo Egipto, los conflictos bélicos no eran solo vistos como una forma de expandir o defender el territorio, sino que tenían una simbología adicional. En cierta forma, se veía como una manera de mantener el orden cósmico; no solo se concebía como una necesidad política o territorial, sino también como un acto esencial para preservar El Maat, el principio de verdad, justicia y orden cósmico que regía el universo. Este concepto era fundamental en la cosmovisión egipcia, representando la armonía y el equilibrio necesarios para la continuidad de la vida y la estabilidad del mundo. Así, los faraones eran frecuentemente representados luchando contra enemigos extranjeros, en la eterna lucha del orden contra el caos.
Por su parte, los griegos, adalides de la civilización, postularon normas de respeto a los no combatientes y a los prisioneros, primando, por ejemplo, el rescate sobre la ejecución; aunque esas normas estaban limitadas a las guerras entre polis. Roma fue un poco más allá, aportando la idea de que hay leyes vinculantes para todos, el ius gentium, que implicaba una cierta conciencia de la humanidad. Además, no solo dejaron estrategias y tecnologías bélicas brillantes, sino que establecieron la idea en el imaginario colectivo sobre la guerra justa, el tipo de guerra que es moralmente justificable. Cicerón, en su obra De Officiis, argumentaba que las guerras eran justas si se emprendían para vengar injurias o para castigar a aquellos que no castigaban las ofensas cometidas por sus ciudadanos.
La Edad Media, en la que destacaron el derecho canónico, el escolasticismo, el código de caballería y las cruzadas (guerra santa), aportó ideas significativas a la tradición de la guerra justa, como quién tenía autoridad legítima para declarar la guerra (quien no respondiera a un poder superior), además de la intención correcta y la justa causa, o la doctrina del doble efecto, todavía vigente, que apunta a la división entre las intenciones y los resultados, o los beneficios obtenidos y los daños causados para conseguirlos. Y es que durante este periodo hubo grandes pensadores que abordaron las preocupaciones de su época en torno a la guerra. El ejemplo patrio es Francisco de Vitoria, considerado padre del derecho internacional, solo entendía como justificable la guerra para responder a agresiones externas, siempre proporcionalmente. Nunca una guerra motivada por diferencias religiosas o por alardes expansionistas tendría justificación.
Merece la pena señalar otras grandes aportaciones, como las de Erasmo de Rotterdam y las de Nicolás Maquiavelo. El primero consideraba injusta cualquier guerra, siendo preferible una paz injusta que una guerra justa, dictando el camino para la tradición pacifista. Por el contrario, Maquiavelo, en su siempre aguda pero incómoda visión, sostenía que la guerra es una extensión natural de la política y que los líderes deben estar preparados para emplearla cuando sea necesario. La seguridad proporcionada por una sólida estructura militar es la base sobre la cual descansan la sociedad, la religión, la ciencia y el arte.
La Ilustración trajo numerosas cosas, entre ellas quizás la ilusa consideración de la perfectibilidad del hombre. Aunque algunos cautelosos como Kant, Montesquieu o Hume, conscientes todos ellos del arduo camino que había de recorrer el animal humano, el hiperracionalismo decimonónico fue demasiado lejos o lo hizo demasiado rápido: los europeos tenían la sagrada misión de civilizar a los salvajes. El paso del estado natural de bellum omnium contra omnes pregonado por Thomas Hobbes a la civilización implicaba irremediablemente la asunción de los europeos de representar la cúspide del progreso y el desarrollo en el mundo. La misión de los europeos era civilizar a los bárbaros bajo el pretexto de las ventajas del desarrollo occidental. Y no hay remedio más eficaz que la guerra. Así lo explica Hegel, donde la guerra es justificable si es emprendida por civilizaciones superiores contra las inferiores. La guerra podía ser un instrumento civilizatorio.
El uso del miedo
Los Estados europeos han visto que el signo de los tiempos está cambiando. Rusia ya inició el camino para tomar lo que legítimamente considera que es suyo. Por su lado, Estados Unidos se habitúa a la amenaza como herramienta de persuasión, aunque sus sueños sobre Groenlandia o el canal de Panamá quizás requieran algo más que aranceles. Por otro lado, China espera agazapada, con los ojos puestos en su anhelada Taiwán. Europa tiene varias razones para despertar, y una sin duda es la relacionada con la defensa de sus fronteras. Visto que quizás los tradicionales lazos que unen Europa con su principal aliado al otro lado del Atlántico se tambalean, parece razonable la preocupación reciente. Pero, ¿por qué necesitan inocular el virus del miedo a los ciudadanos?
En primer lugar, la situación económica en Europa es delicada. Países como Alemania y Francia parecen perder peso en el tablero internacional. Sus economías cada vez son más frágiles, y la reciente noticia de que el país germano abrirá las puertas a un mayor endeudamiento puede ser la gota que colme el vaso. El rearme aparece como el empujón necesario que aliente a la deprimidas economías europeas. Un flujo de dinero dirigido a los sectores de defensa y seguridad nacional impulsará presumiblemente la industria europea. Además, se abren oportunidades financieras, movilizándose recursos para financiar el gasto público en defensa1 o financiar directamente a las empresas del sector. Así, en las últimas semanas, empresas como Thyssenkrupp, Eutelsat, Hensoldt o Renk han presenciado el gran apetito de los inversores por sus acciones. Por ello, el aumento del gasto público y de la inversión privada en el sector armamentístico probablemente tendrá un efecto multiplicador: mayor investigación e innovación en armamento avanzado, creación de empleo y efectos positivos en sectores relacionados como el logístico, el metalúrgico o el tecnológico. No es solo una apuesta por la seguridad, sino que es también una apuesta económica.
Y todo esto hay que justificarlo. Ya decía Schopenhauer que la esencia del mundo y de los seres humanos es una voluntad ciega e irracional. Muchos no defenderán racionalmente el destinar recursos económicos de nuestro amplio pero costoso Estado de bienestar al sector armamentístico en vez de a otros como pueden ser la sanidad o la educación. Para eso necesitamos un catalizador, y no existe ninguno mejor que el miedo.
“¿No somos hoy más frágiles ante los peligros y más permeables al miedo que nuestros antepasados? Es probable que los caballeros de antaño, impulsivos, habituados a la guerra y a los duelos, y que se lanzaban a cuerpo limpio en las peleas, fuesen menos conscientes que los soldados del siglo XX de los peligros del combate y, por tanto, menos accesibles al miedo”. Jean Delumeau.
El historiador Robert Peckham va más allá en sus conclusiones, atreviéndose a definir al miedo como la fuerza motriz de la historia del mundo. Contemplar la historia con el filtro del miedo resulta una experiencia anonadante por cuanto genera algunas certidumbres o constataciones sobre la condición humana y también no pocas perplejidades. Aun posicionándonos más o menos cerca de esta postura, lo cierto es que la utilización del miedo es muy conveniente para los gobernantes como así advertía Maquiavelo. Si Europa quiere que los ciudadanos se posicionen a favor de la movilización de recursos públicos hacia el sector de defensa, necesita que sus ciudadanos teman una futura guerra. Los seres humanos tomamos decisiones en función de nuestras expectativas, y eso lo ha entendido a la perfección la Comisión Europea.
Conclusiones
Esta serie de disquisiciones en torno a este tema no son para quitar hierro al asunto. El riesgo está, y esta bien que nos preparemos. Puede que Europa necesite este impulso en su economía y por eso necesite de los ciudadanos el ratificar sus acciones. Por ello, el miedo se erige como actor clave en este proceso. Pero no es menos cierto que la actitud absolutamente pacifista y contemplativa es algo ingenia. Los romanos, en su habitual brillantez, ya nos advirtieron de esto:
“Si vis pacem, para bellum - Si quieres la paz, prepárate para la guerra”.
Francia anunció que sufragará el gasto público en defensa vía bonos del Estado destinados exclusivamente para ello.




Como diría aquel, es triste coincidir, pero coincido (y no me refiero a tu posicionamiento, sino a lo triste que es el asunto). El buenismo no nos lleva a ningún sitio. Y los eufemismos que comenté ayer (y que continúan hoy por lo que leo en la prensa, hasta extremos ridículos), cada están más fuera de lugar.
Quiero poner en contraposición, sin embargo, el gran artículo de @emi de ayer:
https://substack.com/home/post/p-160020153
No sabemos lo que es la guerra hasta que la tenemos encima. Ojalá que solo tengamos que limitarnos a enseñar los dientes. Pero habrá que tener dientes, claro.
Un artículo muy necesario. Invertir en Defensa está considerado ser un mecanismo de disuasión, tal y como defendía Luttwak en su excelente libro The logic of War and Peace. Particularmente, yo de momento me creo esta tesis. Pero lo que no termino de creer es que los hippies europeos no se preocuparon de invertir en armamento hasta ahora.
EEUU durante décadas quiso ser el Globocop del mundo, y no sé si estaba dispuesto a que otros países le quitasen ese poder y protagonismo.
Y tal y como dices, esta reindustrialización puede hacer que recuperemos mucha industria perdida. Crucemos los dedos, que no está de más en estos tiempos.