Imagínate estar sentado en la mesa para comer y que te alguien coloque frente a ti un grillo o un saltamontes. ¿Te lo comerías? Si tu respuesta es “no”, como la de la mayoría, es probable que la causa sea el asco. Pero, ¿alguna vez te has detenido a pensar por qué algo te da asco? ¿Qué es el asco realmente y qué papel juega en nuestras vidas?
Biología y psicología del asco
El asco es una de las emociones más primitivas y poderosas del ser humano. En su forma más básica, es una reacción que la evolución ha desarrollado como mecanismo de protección contra aquellos patógenos que podría hacernos enfermar. La profesora Val Curtis, experta en salud pública, afirma que hay ciertas cosas que despiertan asco universal. Los excrementos, por ejemplo, son instintivamente rechazados por casi todos los seres humanos. No es casualidad: las heces humanas pueden contener patógenos peligrosos, y nuestro cuerpo ha desarrollado reacciones de rechazo físico y emocional para alejarnos de estos riesgos.
Pero más allá de lo obvio, como las heces o el vómito, ¿qué más consideramos asqueroso? El psicólogo Paul Rozin, pionero en el estudio del asco, señala que esta emoción es notablemente variable. Lo que para algunos es intolerable, para otros puede ser atractivo o incluso delicioso. Por ejemplo, mientras en algunas culturas occidentales comer perro es impensable, en ciertas culturas asiáticas es una práctica aceptada1.
El asco, entonces, no es solo biológico. También es social y cultural. En Europa, es común encontrar carnicerías que venden carne de caballo, mientras que en California está prohibido su consumo. En México, los chapulines (saltamontes tostados) son un snack habitual, mientras que en EE. UU. causarían horror. No obstante, el mejor ejemplo de esto son las consideraciones respecto a comer carne humana.
La prohibición de esta conducta está profundamente arraigada en nuestras sociedades y en nuestras culturas. Con escasas excepciones, la ingesta de carne humana genera repulsión y rechazo moral. Aunque tiene explicaciones biológicas, como los riesgos para la salud2 y el escaso valor nutritivo, la explicación fundamental es sociocultural y evolutiva. En primer lugar, este tabú ha servido como mecanismos de cohesión social y supervivencia, ayudando a las comunidades a evitar prácticas peligrosas o desestabilizadoras, que pusiesen en riesgo su supervivencia y la de la tribu. Además, como efecto de segunda ronda se observa la mejora de la cooperación y el altruismo entre los individuos de la tribu. Piénsalo, nadie querría dormir con alguien al lado que te quiere comer. Desde una perspectiva ético-legal, esta práctica tiene unas connotaciones muy negativas, viéndose como violación de la dignidad humana, de esa individualidad y particularidad que tenemos cada uno de nosotros y debe ser respetada3.
El asco como incentivo
El factor asco es una poderosa fuerza que moldea la conducta humana. En Ghana, Val Curtis utilizó una campaña publicitaria basada en el asco para promover el lavado de manos. No habló de gérmenes ni de enfermedades. Mostró, en cambio, una escena poderosa: una madre salía del baño sin lavarse las manos y luego preparaba la comida para sus hijos. El mensaje no dejaba lugar a dudas: si no te lavas las manos, estás alimentando a tus hijos con tus propios excrementos. El impacto fue inmediato. Las tasas de lavado de manos se duplicaron y se mantuvieron altas durante años.
Este experimento demostró que el asco puede ser un poderoso incentivo. El asco, como motor irracional, perteneciente a nuestra parte más instintiva, era mucho más poderoso para apelar a nuestra voluntad que la racionalidad detrás de los gérmenes y bacterias que provocan enfermedades. Este factor incentiva una acción negativa, una evitación de una conducta, que en este caso es el preparar la comida sin lavarnos las manos. El asco nos lleva a actuar correctamente.
Sin embargo, nada en la vida es sencillo. El factor asco también puede alejarnos del camino adecuado. Rozin pone como ejemplo el agua reciclada, perfectamente potable pero rechazada por muchos por haber estado en contacto con aguas fecales:
“Por ejemplo, muchas personas no beberían agua reciclada, que es agua que pasa de aguas residuales a agua pura en cuestión de minutos, al ser forzada a través de una membrana que solo permite el paso del agua. Así que es agua pura, pero a la gente le produce asco porque sabe que estuvo en contacto con heces. Ese asco es una barrera para la aceptación de este método, que en realidad es una forma muy eficiente de suministrar agua”. Paul Rozin.
Esta conducta motivada por el asco que nos lleva beber este agua es una traba adicional en países con escasez de agua. Una política que podría ser fácilmente asumible por los gobiernos de estos Estados, como por ejemplo en grandes zonas de África, con beneficios no solo sociales, sino económicos y geopolíticos, pero que encuentran una importante barrera en la emoción del asco.
El economista del comportamiento Sandro Ambuehl puso a prueba lo anterior para estudiar nuestra toma de decisiones. . Realizó experimentos con estudiantes a quienes ofrecía dinero por comer insectos4. Algunos aceptaban sin dudar por pequeñas cantidades. Otros, necesitaban hasta 300 dólares para comerse un escorpión. Ambuehl descubrió algo fascinante: cuando se ofrecía más dinero, los participantes se mostraban más dispuestos a ver videos positivos sobre comer insectos y, eventualmente, a hacerlo. En otras palabras, demostró que la mayoría de personas tienen un precio, y que de compensarle adecuadamente, el factor asco deja de importar en según que conductas. Pero además, movidos por el incentivo económico, están dispuestos a adquirir más información para justificar su conducta, lo que comúnmente se conoce como sesgo de confirmación.
Parece baladí, pero no lo es. Los estudios de Ambuehl pueden extrapolarse no solo a alimentos que nos generen rechazo, sino a acciones morales que nos repulsen. Pensemos en la venta de órganos, la prostitución o la gestación subrogada. Temas muy delicados, donde entran en confluencia diferentes valores morales que no dejan indiferente a nadie. Con el adecuado incentivo económico, a determinadas personas les puede compensar llevar a cabo estas actividades. La solución intuitiva es sacarlas del mercado, pues como bien explica Sandel, no todo puede ser comprado. Pero esto no borra de la faz de la Tierra estas actividades, sean legales o no. Por eso es tan importante entender qué nos mueve a actuar, cómo se conforman las preferencias de los individuos y qué espacio hay para las políticas públicas5.
Conclusiones
Hace 50 años nadie conocía esta línea de investigación. La ciencia detrás del asco, donde se dan la mano disciplinas como la biología, la psicología y la economía, representa un campo interesantísimo para desentrañar la maraña de complejidad que forman nuestras elecciones. Una toma de decisiones moldeada por la selección natural y la evolución cultural, entre el instinto y la razón, balanceando beneficios y pérdidas.
Los psicólogos hablan del efecto de mera exposición, un fenómeno que ocurre cuando una persona se expone cada vez más a algo, se acaba acostumbrando y su rechazo disminuye. Rozin señala que los estudiantes de medicina sienten asco ante los cadáveres al principio, pero después de semanas de disección, la reacción se reduce. Lo mismo ocurre con los insectos, las noticias catastróficas en televisión o a los habitantes del Barrio Rojo de Ámsterdam. Quizás también explique nuestro beneplácito ante los malos políticos.
En definitiva, una disciplina a tener en cuenta para ampliar el horizonte de conocimiento del ser humano y conviene aprovecharlo para estudiar y tomar mejores decisiones individuales y colectivas.
En Yulin (China), se celebra cada mes de junio una festividad donde restaurantes, vendedores callejeros y comerciantes venden carne de perro para consumo humano. Dicho lo cual, es cierto que cada vez existe mayor oposición a esta festividad, donde diferentes grupos de defensa de los derechos animales como Humane Society International (HSI) hacen cada vez más presión sobre esta tradición.
Una de las enfermedades más conocidas asociadas al canibalismo es el kuru, una patología neurodegenerativa causada por priones, proteínas infecciosas que afectan el cerebro. Esta enfermedad fue documentada entre los miembros del pueblo Fore en Papúa Nueva Guinea, quienes practicaban el canibalismo ritual. El kuru provoca temblores, pérdida de coordinación y, finalmente, la muerte.
No obstante, es muy curioso como en contextos de máximo riesgo, el instinto de supervivencia aflora por encima de todo esto. Todo tipo de tabúes, connotaciones éticas, restricciones morales y socioculturales se derrumban cuando el individuo tiene que, ante todo, procurar sobrevivir. Un claro ejemplo son los hechos narrados en La Sociedad de la nieve, una magistral adaptación de Netflix sobre los supervivientes del accidente aéreo ocurrido en los Andes.
En realidad, más de mil millones de personas en el mundo comen insectos de forma habitual.
Uno de sus estudios más destacados de Ambuehl , publicado en American Economic Review, analiza qué motiva el paternalismo en la formulación de políticas. La investigación revela que las personas tienden a proyectar sus propias preferencias sobre los demás, lo que puede llevar a intervenciones que reducen el bienestar general.