El lunes de esta semana, la Península Ibérica se apagó. España y Portugal vivieron un hecho sin precedentes, un apagón masivo que dejó sin luz a ambos países, a Andorra y a regiones del sur de Francia. De hecho, España y Portugal se suman a la lista de países con peores apagones:
La sociedad se apagó a las 12:33 del lunes 28 de abril del 2025. Duró apenas 8 horas de media, llegando a durar 12 horas en algunas zonas de España. Pero se nos hizo una eternidad. El caos se apoderó de nosotros. Vimos como nuestras vidas se paralizaban: hacer la comida se tornó en una odisea, volver a casa después del trabajo se volvió tarea imposible para muchos, contactar con nuestros seres queridos, con la facilidad que el teléfono móvil siempre nos trae, fue de enorme dificultar y para unos pocos desafortunados, los ascensores se convirtieron en cárceles durante demasiado tiempo. Durante esas angustiosas horas, nada fue como era antes, hasta que se hizo la luz y todo volvió a ser como era.
El orden en el caos
La desconexión eléctrica pareció llevarse una parte de nosotros, tan acostumbrados a la era digital. Muchas personas entraron en ansiedad por la falta de comunicación con sus conocidos, algo a lo que si estábamos más habituados no hace tanto tiempo. Otras muchas declaraban desconocer cómo recorrer las calles de su ciudad de trabajo o residencia sin Google Maps. Las calles de las grandes ciudades como Madrid y Barcelona se colapsaron. Recorrerlas en coche era tarea imposible. La muerte de los semáforos hizo al tráfico de las ciudades sucumbir al estado salvaje, a la ley del más fuerte. Las normas de tráfico nunca se vieron tan necesarias como el pasado lunes.
En las calles se aglutinaban personas de todo tipo y condición, con todo tipo de trasfondo e historias, que compartían la misma desafortunada circunstancia de encontrarse en ese preciso momento en medio de una caída del sistema. Pero todos compartían una conciencia cívica envidiable. Suele en numerosas ocasiones atacarse al carácter de los países mediterráneos. En especial, en suelo español, somos especialmente críticos con nuestro carácter. Pero el ejemplo de civismo y prudencia que españoles y portugueses demostramos también es algo nuestro, y deberíamos estar muy orgullosos de ello.
¿Cómo veríamos en las casas o cómo seguiríamos las noticias, sin luz? Las tiendas y bazares que seguían abiertos se llenaron de individuos buscando velas y transistores. Y es que este segundo aparato emergió como indispensable para seguir la actualidad del apagón. La radio no solo nos informó, sino que nos acompañó y nos tranquilizó. Una herramienta que, aunque su hermana mayor, la televisión, parece llevarse casi siempre todos los focos, es sin duda la primera que siempre está en los momentos de necesidad.
Las enseñanzas
Decía Nietzsche que lo que no te mata, te hace más fuerte. De todo lo negativo, siempre hay lecciones que, como individuos y como sociedad, debemos aprender. El apagón masivo ha mostrado las costuras del sistema. Un sistema especialmente dependiente de la electricidad como motor de nuestra vida. Esta tecnodependecia nos enseña cuán vulnerables somos. De repente, no podíamos hacer nada.
Las causas a día de hoy se desconocen. El presidente español Pedro Sánchez aludía a una desaparición del 60% de la demanda en el momento del apagón, y pone el foco en los operadores eléctricos. Por su parte, el Ejecutivo luso señala a España como responsable del problema.
La red eléctrica funciona en un equilibrio constante entre la generación y el consumo de energía. Para lograrlo, se realizan estimaciones de la demanda, y los operadores planifican la producción eléctrica en consecuencia. Cuando este balance se alcanza, la frecuencia de la red se mantiene estable (50 Hz). Si no se logra, se producen desequilibrios que afectan a la frecuencia, los cuales los generadores intentan corregir. Hasta donde sabemos, hubo fuertes oscilaciones en la frecuencia que desembocó en fallos múltiples del sistema y en última instancia, el blackout.
Hasta donde sabemos, no se conoce con exactitud qué originó este desajuste entre oferta y demanda. Las informaciones mayoritarias por ahora apuntan a que el desajuste ha sido provocado por la excesiva introducción de energías renovables que tienen menor capacidad de inercia y más dificultades para adaptarse a las alteraciones en el sistema. Redeia1 (antigua Red Eléctrica) en un informe elaborado el 29 de septiembre de 2020 ya advirtió de este riesgo. Volvió a señalar la fragilidad del sistema eléctrico español el pasado febrero, debido al mayor peso de la energía fotovoltaica y eólica y a la reducción de las centrales de generación convencional. Por ello, parece que en el sector era un suceso no del todo descartable. No obstante, la investigación prosigue su curso. No se descartan otros escenario, como el del ciberataque. La Audiencia Nacional está investigando este hecho, aunque por ahora parecen faltar indicios que lo sustenten.
Lo cierto es que para el ciudadano medio se ha tratado de un cisne negro. Un suceso que no esperábamos salvo en caso de apocalipsis. Pero este hecho sorpresivo pone en tela de juicio nuestra capacidad de enfrentarnos a la incertidumbre. El hombre común, como decía Ortega, es un señorito satisfecho, que se muestra complacido, arrogante e incapaz de autocrítica; que ha heredado logros culturales, sociales o económicos sin haber contribuido a ellos. Que cree que siempre todo ha sido tan fácil como encender un interruptor y que haya luz. Olvidó, en sus recientes luchas mesiánicas, que debemos luchar también por lo que ya tenemos. Que es importante contribuir a mantener las infraestructuras que han hecho de Occidente la región más avanzada del mundo y exigir a los responsables políticos que se invierta y se cuiden las mismas con nuestros impuestos.
Pero como digo tenemos que aceptar la incertidumbre como algo consustancia a nuestra vida. Los sucesos nunca serán plenamente predecibles. Es posible que ni siquiera podamos establecer probabilidades a determinados acontecimientos. Es por eso que la propia vida nos exige estar preparados. Y sin duda, una de estas formas es diversificar.
Diversificar no es más que no poner todos los huevos en la misma cesta. Un principio al que muchos inversores están acostumbrados, pero que como individuos y como sociedad deberíamos aplicar más. Diversificar implica por ejemplo no pagar exclusivamente con tarjeta de crédito o débito, sino disponer de dinero en efectivo por si no podemos acceder a dichos fondos en casos como el de esta semana2. Diversificar implica que se disponga de diferentes fuentes de energía que en caso de que unas fallen, las otras puedan soportar las alteraciones en el sistema. Diversificar implica prudencia, y tanto en la inversión como en la vida, puede ser la diferencia entre perder poco o perderlo todo3.
Las advertencias
En último lugar, si me gustaría dejar dos apreciaciones a título personal de las consecuencias de lo ocurrido. La primera es abrazar la incertidumbre y estar preparados para que se repitan estos sucesos. Esto nos exige tener alimentos imperecederos en casa y dinero en efectivo por si esta situación se repite. Pero también nos obliga a estar preparados para cualquier otra circunstancia. Los romanos, en su infinita sabiduría decían que “amat victoria curam”, la victoria es de los que se preparan. En cualquier aspecto de nuestra vida, es importante estar preparado para cualquier escenario.
Y en segundo lugar, estemos atentos a las informaciones. Leamos, contrastemos e interpretemos. El caos allana el camino a todo tipo de noticias que, en épocas de posverdad, solo tejerán una maraña de información difícilmente manejable. Por eso es tan importante el pensamiento crítico, aderezado con el suficiente escepticismo. Veremos como se van desarrollando los acontecimientos…
A pesar de lo mencionado por el presidente del Gobierno, lo cierto es que Redeia Corporación, S.A. (anteriormente conocida como Red Eléctrica de España) es una empresa privada cuyo control está en manos públicas, pues el Estado español (SEPI) cuenta con el 20% de las acciones, siendo la posición mayoritaria.
Lo ocurrido con el apagón ha sido un fuerte argumento para los defensores del dinero en efectivo. En caso de caída del sistema como el que presenciamos el pasado lunes, la única posibilidad de acceder a bienes que necesitamos es con el dinero en forma de billetes y monedas físicos. De haberse alargado esta situación, y en caso de haber eliminado ya el dinero en efectivo con las inminentes CBDC, la situación podría haber sido catastrófica. Por eso, las CBDC deben necesariamente convivir con el efectivo, no solo por una cuestión de libertad y privacidad, sino también por necesidad.
La cadena de supermercados Mercadona fue de las pocas que no cerró durante el lunes, permitiendo a todas aquellas personas que necesitaban comprar alimentos, adquirirlos en sus locales. Esto habla especialmente bien de la visión empresarial de Juan Roig, que contaba con electrógenos propios, parecidos al de hospitales y aeropuertos, que suministrasen electricidad en caso de apagón. Como decía el economista Frank Knight, “el beneficio empresarial surge como una recompensa por enfrentar la incertidumbre, no por asumir riesgos previsibles”.
Muy acertado el punto de la necesidad de mantener el dinero en efectivo. Yo, personalmente, pago siempre que puedo con tarjeta, pero es cierto que esta es una más de las muchas razones que hay para mantener el pago en efectivo.
PS: Sobre los apagones más importantes, me sorprende que no aparezca en la lista el apagón de Italia en 2003. Estuvo una media de 8 horas, la mayor parte de Italia sin luz, y en aquel caso el operador de la red eléctrica tardó dos días en estabilizar por completo el suministro, con cortes intermitentes en distintas partes de la red.
¡Ay, el pensamiento crítico! Eso que destila tu artículo y que está en peligro de extinción.
A veces pienso que todo esto es un plan orquestado, no sé por qué o por quién. Pero en las aulas la capacidad de análisis y crítica brilla por su ausencia; el esfuerzo se ha equiparado al sufrimiento.
Al alumnado se le protege hasta límites que sobrepasan lo absurdo y l a gente joven ( hablo en general de mi experiencia, no pretendo decir que todos los casos sean así ) pero cada vez más, mi alumnado adulto, no tienen suficiente capacidad para llegar a conclusiones por sí mismos.
Ni dedican tiempo a las materias fuera del aula; en mi caso, que doy clases de inglés, esto está suponiendo una caída en picado del nivel. Eso sinceramente, ya no me preocupa tanto.
Pero, ¿cómo vamos a pedirle a la sociedad que se comporte de manera adulta y exija responsabilidades, estudie opciones y analice los eventos de este calibre con mente racional, si muchas personas toman decisiones basada en el componente ideológico?
He oido decir que menos mal que esto ha pasado con un gobierno de izquierdas. Y sinceramente, no entiendo qué significa esa frase.