Volvamos al libre comercio
Sobre las bondades del librecambismo y los problemas del proteccionismo
La entrada de hoy se ve condicionada por lo acaecido a nivel económico en esta última semana. La imposición de aranceles de Estados Unidos contra el resto del mundo llevó a uno de los días más oscuros que los mercados financieros recuerdan. Los mayores índices bursátiles se desplomaron. Caídas en un día del 9% y 12% en el S&P 500 y Nasdaq respectivamente, la Bolsa de Hong Kong cayendo un 13% y las Bolsas europeas retrocediendo alrededor del 4%. Los mercados no reciben con buen gusto la guerra comercial iniciada por el gigante americano.
El mercado de bonos puso la puntilla a una jornada catastrófica, que hizo al presidente americano recular parcialmente y pausar durante 90 días la imposición de aranceles. Sin embargo, el principal problema es que ha calado la retórica contra el libre comercio. Se pretende, no ya acabar con los supuestos aranceles contrarios, sino con el déficit comercial de EEUU, algo imposible de lograr siguiendo esta vía y que pondría en peligro la hegemonía del dólar como moneda de reserva mundial.
Por ello, hoy haremos un breve repaso a la evidencia empírica a favor del libre comercio.
¿Es bueno el libre comercio para el crecimiento económico?
Los economistas han afirmado, al menos desde Adam Smith, que el libre comercio fomenta la prosperidad económica. He aquí cómo expuso Smith su argumento en su obra clásica La riqueza de las naciones, publicada en 1776:
“Es una máxima de todo jefe de familia prudente no intentar nunca hacer él mismo lo que le cuesta más hacer que comprar. El sastre no intenta hacerse sus propios zapatos, sino que los compra al zapatero. El zapatero no intenta hacerse su propia ropa, sino que emplea a un sastre...
Lo que es prudente para una familia difícilmente puede ser una locura para un gran reino. Si un país extranjero puede suministrarnos una mercancía más barata de lo que nosotros podemos producirla, es mejor comprarla con una parte del producto de nuestra propia industria empleada de una forma en la que tengamos alguna ventaja”. Adam Smith.
Actualmente, los economistas pueden construir este argumento con mayor rigor, basándose en la teoría de la ventaja comparativa de David Ricardo, así como en teorías más modernas del comercio internacional. Según estas teorías, un país abierto al comercio puede lograr una eficiencia mayor en la producción y un nivel de vida más alto especializándose en los bienes en los que tiene una ventaja comparativa.
Un escéptico podría señalar que esto no es más que una teoría. ¿Qué dicen los datos? ¿Son realmente más prósperos los países que permiten el libre comercio? Existe abundante literatura que aborda precisamente esta cuestión.
Uno de los enfoques consiste en examinar los datos internacionales para ver si los países que comercian normalmente son más prósperos. El hecho es que efectivamente lo son. Los economistas Andrew Warner y Jeffrey Sachs estudiaron el periodo comprendido entre 1970 y 1989. Constataron que dentro del grupo de países desarrollados, las economías abiertas crecieron un 2,3 % al año, mientras que las economías cerradas crecieron un 0,7 %. Dentro del grupo de países en vías de desarrollo, las economías abiertas crecieron un 4,5 % al año, mientras que las economías cerradas crecieron de nuevo un 0,7 %. Estos resultados son coherentes con la idea de Smith de que el comercio aumenta la prosperidad, pero no son concluyentes.
La existencia de una correlación no demuestra que haya una relación causal. Tal vez exista una correlación entre la ausencia de comercio y algunas otras políticas gubernamentales restrictivas y sean esas otras políticas las que retrasen el crecimiento.
El segundo enfoque consiste en ver qué ocurre cuando las economías cerradas eliminan sus restricciones comerciales. Una vez más, la hipótesis de Smith sale bien parada. A lo largo de la historia, cuando los países se han abierto a la economía mundial, normalmente han crecido más rápidamente. Ocurrió en Japón durante la década de 1850, en Corea del Sur durante la década de 1960 y en Vietnam durante la década de 1990. Pero una vez más, la existencia de una correlación no demuestra que haya una relación causal. La liberalización del comercio a menudo va acompañada de otras reformas y es difícil distinguir los efectos del comercio de los efectos de las demás reformas.
El tercer enfoque para medir la influencia del comercio en el crecimiento, propuesto por los economistas Jeffrey Frankel y David Romer, consiste en examinar la influencia de la geografía. Algunos países comercian menos simplemente porque tienen desventajas geográficas. Por ejemplo, Nueva Zelanda tiene desventajas en comparación con Bélgica porque está lejos de otros países populosos. Asimismo, los países que carecen de litoral tienen una desventaja en comparación con los que tienen sus propios puertos de mar. Como estas características geográficas están correlacionadas con el comercio, pero posiblemente no lo están con otros determinantes de la prosperidad económica, pueden utilizarse para identificar el efecto causal que produce el comercio en la renta (la técnica estadística se llama variables instrumentales).
Tras analizar los datos, Frankel y Romer llegan a la conclusión de que “un aumento del cociente entre el comercio y el PIB de un punto porcentual eleva la renta per cápita medio punto porcentual como mínimo. Parece que el comercio eleva la renta estimulando la acumulación de capital humano y físico y aumentando la producción, dados los niveles de capital”.
Los resultados de estas investigaciones empíricas indican abrumadoramente que Adam Smith tenía razón. La apertura al comercio internacional es positiva para el crecimiento económico.
Conclusiones
Lo cierto es que a nivel histórico, la norma ha sido el proteccionismo. Muchos suelen alegar las tasas de crecimiento que han vivido países como EEUU o Reino Unido durante épocas donde se aplicaban aranceles a otros países como demostración de su utilidad. En Estados Unidos, el debate entre proteccionistas y librecambistas se remonta a hace más de 200 años. Alexander Hamilton, primer secretario del Tesoro de Estados Unidos, era partidario de que se impusieran aranceles sobre algunas importaciones para fomentar el desarrollo de la industria manufacturera nacional. El Arancel de 1789 fue la segunda ley que aprobó el nuevo gobierno federal. Este arancel ayudó a los fabricantes, pero perjudicó a los agricultores (además de a los consumidores), que tuvieron que pagar más por los productos extranjeros.
A este respecto, además de lo ya tratado sobre la abrumadora evidencia a favor del comercio libre, conviene hacer dos apreciaciones. En primer lugar, la clave está en plantearse cómo habría beneficiado al crecimiento económico visto en épocas pasadas en EEUU o UK en ausencia de aranceles a productos extranjeros. Como es sabido, correlación no implica causalidad. La coexistencia de aranceles elevados y fuerte crecimiento económico no implica necesariamente que el primero cause el segundo. Como bien señaló Douglas Irwing, la causalidad puede que fuese al revés: países que experimentaron un fuerte crecimiento económico podrían haber tenido la influencia política necesaria para imponer aranceles. Los aranceles pueden haber sido una consecuencia del crecimiento industrial, no sólo una causa.
Y en segundo lugar, es interesante acudir a la evidencia más reciente de los autores Alexander Klein y Christopher M. Meissner. En su informe titulado como Did Tariffs Make American Manufacturing Great? New Evidence from the Gilded Age, demuestran los aranceles pueden haber reducido la productividad laboral en el sector manufacturero al debilitar la competencia de las importaciones e inducir la entrada de empresas nacionales más pequeñas y menos productivas. Es poco probable que los elevados aranceles de la época hayan ayudado a EEUU a convertirse en un fabricante competitivo a escala mundial.
Por último, las consecuencias de las políticas llevadas a cabo por Alexander Hamilton dejan una poderosa, aunque preocupante, enseñanza. Gregory Mankiw explica que, como la mayoría de los fabricantes de la industria manufacturera americana se encontraban en el norte, mientras que en el sur había más agricultores, el arancel fue una de las causas de las tensiones regionales que acabaron llevando a la guerra de Secesión. Seamos precavidos con intentar romper todos los lazos comerciales entre países. La tensión existente no es positiva para nadie, y eso lo reflejan los mercados.
Desde mi poco conocimiento en el tema, al que tú acabas de aportar luz, voy a decir una obviedad: que se está utilizando el tema de los aranceles, el debate entre libre comercio o proteccionismo, como arma dialéctica, comercial e identitaria.
Coincido contigo en lo más que destacable de las intuiciones de Adam Smith. Sin embargo, percibo que el mundo está cambiando, que la situación aquí da para mucho más que una cuestión de mero debate entre liberalismo o proteccionismo.
Este "win-win" donde, en una situación ideal de libre mercado, todo el mundo sale beneficiado ha dejado de ser el objetivo para en su lugar, imponer cierto tipo de ideologías. Es decir, la economía no puede presentarse aislada del contexto social y geopolítico. Esto daría para un debate muchísimo más profundo, claro está, y entiendo que no es eso lo que pretendes con tu artículo.
Pero yo me considero humanista ingenua y tengo la sensación de que el sistema capitalista tal y como lo conocemos hoy está dando claras señas de agotamiento y que estamos en un punto de no retorno. Se están viendo las costuras al sistema, y en lugar de intentar ver cómo se puede reconstruir para adaptarlo a la realidad del mundo en el que vivimos ( entiendo de la dificultad de esto, soy ingenua pero tampoco tonta 🤭 ), seguimos llevándolo a la extenuación.
No entiendo, por ejemplo, que teniendo plantaciones de aguacates DE MILES DE HECTÁREAS en mi provincia ( donde la escasez de agua es un tema recurrente que a las autoridades no parece preocuparles lo más mínimo ) ese producto sea más rentable exportarlo que dejarlo para el consumo local y yo tenga que comprar aguacates importados de Perú. Esto es, para mí, la representación gráfica de la absoluta locura que nos rodea en estos momentos.
Hola! No sé mucho de economía pero algo sí, y creo que seguir fijándonos en Adam Smith después de tantos siglos(!!) es, cuanto menos, curioso. El 1776 nada tiene que ver con 2025 y creo que el término riqueza necesita redefinirse tras la era de la globalización para introducir lo que es la riqueza social (derechos humanos) y ambiental (traer naranjas de Sudáfrica puede ser más barato en términos de dinero pero caro en otros). Por no decir que en realidad estados liberales por excelencia aplican medidas proteccionistas en algunas industrias (pienso en el sector agrícola por ej) o aplican desde siempre aranceles altos a aquellos países con los que no tienen tratados de libre comercio. Para mí la pregunta es si el libre comercio es el sistema que permitiría ser ricos (entendiendo riqueza desde un punto de vista amplio) a la mayor parte de países del mundo. Lo de enriquecerse unos a costa de otros, como que no lo veo justo.